sábado, 16 de abril de 2022

El Misterio Pascual de Jesucristo a través de la Pascua del Pueblo Hebreo

Publicamos este 'Estudio para la comprensión del Misterio Pascual de Jesucristo a través de la Pascua del Pueblo Hebreo' porque es importante conocer el significado profundo y las raíces de nuestra fe cristiana, siendo la Pascua el centro sobre el que convergen todos los elementos fundamentales del judaísmo y del cristianismo. De tal manera que "Y cuando os pregunten vuestros hijos: "¿Qué significa para vosotros este rito?", responderéis: "Este es el sacrificio de la Pascua de Yahveh, que pasó de largo por las casas de los israelitas en Egipto cuando hirió a los egipcios y salvó nuestras casas" Ex. 12, 26-27. Que puedas disfrutar de estas líneas y vivir estos días como el Paso del Señor.

¡Cristo es nuestra Pascua!




LAS RAÍCES JUDÍAS -


La herencia y espiritualidad del pueblo judío, el pueblo Elegido, en los orígenes de la fe cristiana y su marcada influencia en el nacimiento y desarrollo de nuestros sacramentos, fueron subrayados en el Concilio Vaticano II en la declaración Nostra Aetate, y posteriormente confirmados por los últimos Papas, desde San Pablo VI con su histórico viaje a Tierra Santa, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y actualmente el Papa Francisco.


San Juan Pablo II impulsó de manera definitiva las nuevas relaciones con el pueblo de Israel. Especialmente significativas fueron sus palabras en la histórica visita a la Sinagoga de Roma en 1986. La primera visita de un Papa en siglos de historia: “Sois nuestros hermanos mayores en la fe” dijo con profunda emoción para todos los asistentes.


Particularmente significativas fueron las palabras de Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in Medio Oriente de 2012 donde indicaba: "Jesús, un hijo del pueblo elegido, nació, vivió y murió como judío (cf. Rm 9,4-5). También María, su madre, nos invita a redescubrir las raíces judías del cristianismo. Estos estrechos lazos son un bien único, del que todos los cristianos se sienten orgullosos y deudores al pueblo elegido. Pero aunque el carácter judío del «Nazareno» permite a los cristianos saborear gozosos el mundo de la promesa y los introduce de manera decisiva en la fe del pueblo elegido uniéndolos a él, la persona y la identidad profunda de este mismo Jesús los separa, puesto que los cristianos reconocen en él al Mesías, el Hijo de Dios (...) Los cristianos han acrecentado este conocimiento por la aportación específica dada por Cristo mismo con su muerte y resurrección (cf. Lc 24,26). Pero han de ser siempre conscientes y estar agradecidos de sus raíces. Pues, para que el injerto en el árbol antiguo pueda prosperar (cf. Rm 11,17-18), necesita la savia que viene de las raíces" (nº 20-21)


El Papa Francisco fue un poco más allá cuando afirmó de manera sorprendente y clara: “Dentro de cada cristiano hay un judío” en un encuentro en el Vaticano en 2013 con su amigo, el Rabino Argentino Abraham Skorka.


Por lo tanto, es necesario comprender esta forma de vivir la fe judía y sus fiestas para poder entrar en lo profundo del misterio sagrado, y yendo a las raíces de donde se nutre nuestro ser cristiano podremos conocer y vivir en plenitud el significado e importancia de los signos, los gestos, las posturas, los movimientos y las acciones que se descubren, al estar tan a menudo velados, o sencillamente ignorados, en nuestros sacramentos. Jesucristo mismo nos lo indicó: “Escrutad las Escrituras, pues ellas hablan de mí” (Jn. 5,39)



LOS ORÍGENES DE LA FIESTA -


La Pascua se celebra la noche del 14 de nisán, y es una fiesta que nos recuerda las celebraciones propias de los ganaderos, agricultores... de los pueblos semíticos circundantes de la época, que tras la finalización del frío y escasez invernal vivían con alegría y esperanza el resurgir nuevo de la vida con la llegada de la primavera. Para este tiempo florecían las primeras espigas, con cuya harina se obtenían los panes ázimos, es decir, los panes sin la levadura vieja perteneciente a la cosecha anterior. Además, coincidiendo con el florecimiento del desierto, las ovejas tenían sus crías. Es un momento que nos habla del cambio o del paso, en toda la creación, de la muerte a la vida. De este modo una gran cantidad de pueblos, como Egipto, celebraban las fiestas de la primavera donde ofrecían las primeras espigas y becerros a los dioses, en señal de agradecimiento y como sacrificio para obtener su favor de cara al nuevo periodo de esperanza que brotaba.



EL TÉRMINO “PASCUA”

La palabra ‘Pascua’ se identifica y traduce habitualmente con el término ‘Paso’. Lo más común cuando hablamos de ‘Pascua’ es pensar en el ‘Paso del pueblo de Israel por el Mar Rojo’. Ciertamente en Pascua el pueblo pasará por el Mar Rojo, huyendo de Egipto, pero no es el sentido profundo del término para el pueblo de Israel. La fiesta de Pascua es la ‘fiesta de Pesaj’, y este nombre viene del verbo ‘Pasaj’ que significa originariamente ‘Saltar’. La misma Escritura une la fiesta de Pascua a esta raíz: Durante Pesaj el Señor ‘ha pasado’, o más literalmente ‘ha saltado’ sobre la casa de los Israelitas, que quiere decir que ‘ha pasado de largo y no los ha herido’ como ha hecho con sus enemigos; el paso de Dios, al contrario, ha sido para su pueblo liberación y salvación (Ex. 12, 13.23.27). En el mismo Éxodo 12,12 Dios mismo lo afirma: “¡Es la Pascua del Señor!”. En el versículo 13 Dios declara además a Moisés y Aarón: “Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto”. Por tanto, no es principalmente el Paso del pueblo, que sale, sino que es el Paso de Dios por la vida de Israel.


El matiz es importante para aclarar que esta fiesta nos habla constantemente del poder de Dios, no de la capacidad o voluntad del hombre. Por mucho deseo, interés, preparación... que hubieran tenido los israelitas para salir de Egipto, si el Señor no hubiera ‘bajado’ y se hubiera manifestado todavía hoy seguirían en la esclavitud. Este paso de Dios, que implica un ‘descendimiento’, está presente a lo largo de toda la Escritura, como nos recuerda el Salmo: “El inclinó los cielos y bajó” (Sal. 18, 9). Desde Abraham, Jacob, los Profetas, Jueces... hasta la plenitud en Jesucristo, como ‘pan bajado del cielo’, será expresión máxima de este Dios que desde su Santo Templo decide descender para hacerse uno como nosotros, como nos recordará San Pablo en la Kénosis de Cristo “Se anonadó a sí mismo, tomando condición de esclavo” (Flp. 2, 7-17). ¡Es Dios el que decide salir al encuentro de la humanidad sufriente para rescatarla! Por tanto no es Israel el que celebra la Pascua, sino la Pascua la que viene a Israel, como un don, como un regalo.


Según un Midrash, el versículo del Cantar de los Cantares: “Una voz, mi amado. He aquí que viene saltando por los montes, brincando por las colinas” (Cantar 2,8) se refiere a Pesaj. Un salto es un paso ‘rápido’ de una condición a otra, que es lo que quiere hacer en una noche. Pasarnos de la muerte a la vida, con presteza. Este es el significado de la salida de Egipto: la capacidad de saltar, de golpe, de la muerte a la vida, tal como lo recuerda San Pablo: “En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados" (1ª Cor. 15, 52).


También las tradiciones rabínicas han encontrado otro significado al término Pesaj: Esta palabra puede dividirse en Pe y Saj. Pe quiere decir boca, y Saj conversar, por lo que podríamos resumir ‘la boca que habla, que conversa’. Esto nos traslada la importancia del diálogo, de la palabra en la noche de Pascua. El valor del relato de la ‘Haggadá’, donde durante toda la cena se actualiza la historia de la Salvación, recuerda la importancia del diálogo también entre padres e hijos. Es la noche por excelencia de la transmisión de la fe, donde los padres deberán responder a las preguntas de los niños y donde éstos conocerán el poder y la fuerza de Dios no de la lectura de textos sagrados o de tratados teológicos, sino de la boca de sus propios padres. Es la excelencia de la tradición oral, tan presente en la historia de Israel.



EL PASO DE YAVHÉ -


La fiesta de las fiestas en el pueblo Elegido implican por tanto movimiento. En la Escritura no hay nada estático, todo está en camino, en marcha. Esto es muy importante porque nuestra Fe es en un Dios que actúa, que constantemente está aconteciendo. Jesucristo será el Verbo de Dios, la Palabra que se encarna y habla. El Verbo no es un Logos, una razón, ¡es una acción!


Hay un Evangelio en Lucas donde Jesucristo hace una invitación: “Pasemos a la otra orilla” (Lc. 8,22). Ésta llamada a sus discípulos a lanzarse al mar para ir al otro lado del lago de Tiberíades está hablando de toda una identidad: Este pasar, atravesar e ir a la otra orilla, constituye lo más íntimo del pueblo de Israel. En esta ocasión, en este Evangelio, Jesucristo invita a sus discípulos para que crucen el lago, emulando al pueblo hebreo y su paso del Mar Rojo con Moisés. Tanto el denominado Mar Rojo, por donde cruzaron los hebreos, que era realmente el Mar de las cañas, como el Mar de Galilea, no son propiamente mares, sino lagos. El Salmo pascual por excelencia Halel, el 114, 8, expresa justamente que Dios es el que “cambia la peña en un estanque”.


En ese cruzar se encierra un dinamismo de conversión y misión ¿Que les espera en la otra orilla tanto al pueblo de Israel como a los Apóstoles? Las naciones paganas. Tanto el pueblo de Israel, primero, como los doce Apóstoles como los fundamentos del nuevo pueblo de Israel y sus doce tribus, tienen la misión de llevar a toda la humanidad lo que es Dios, el mismo ser de Dios que actúa en la vida de todo hombre. Y en esta misión Jesucristo no les deja solos, como no les dejó en este paso a la otra orilla en donde el mar embravecido casi les hace perecer. Jesucristo estará con ellos para hacer este Paso, para ir al mundo junto con ellos.


Este concepto ‘pasar de largo’ se traduce con el término, ‘ibrí’, y tiene la misma raíz que el vocablo ‘hebreo’: ‘br’ significa literalmente ‘el que pasa de largo’, ‘el que salta más allá’. En definitiva, el que se deja conducir por Dios, que hace su voluntad. El evangelista Juan utiliza este mismo término para señalar el momento más importante de Jesucristo: “Ha llegado la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn. 13,1). Es una expresión propia del pueblo de Israel. Después de esta afirmación vendrá precisamente todo el relato de la Pascua. Jesucristo, como judío, utiliza todos los signos de su pueblo, para llevarlos a su plenitud.


Todo el Antiguo Testamento no está hablando de Jesucristo. Su propia encarnación había tenido lugar en Nazareth, donde la Virgen María había recibido el Anuncio del Arcángel y había concebido al Emmanuel. Nazareth tiene la misma raíz hebrea que ‘Notséret’, que significa ‘el que Guarda’. Este mismo término es el que utilizará el Éxodo cuando indica: “Que guarda su amor por miles de generaciones” (Ex. 34, 7). Dios es por tanto el que pasó, el que pasa y el que pasará, por eternidad de eternidades.


El primer día del año, y el del ‘Yom Kippur’ (fiesta del perdón), los judíos cuando nombran al Señor lo citan como “y Él pasó”, como si ese fuera su nombre por excelencia en aquellos días. Este atributo de Dios no es algo por tanto circunstancial, que ocurre en Pascua donde ocasionalmente él decide actuar… ¡siempre, constantemente, Él está pasando!


Los evangelistas utilizan frecuentemente esta denominación: “El Señor que pasa”, especialmente Lucas. También en los Hechos de los Apóstoles se hace uso en más de una veintena de ocasiones.


La Pascua es por tanto un acontecimiento totalmente dinámico. Celebra ‘a Dios que pasa’. El paso de Dios pone al hombre en movimiento, y lo hace pasar de la esclavitud a la libertad. Ciertamente en presente, como veremos más adelante. No recordamos que pasó, sino que está pasando en este preciso instante. En la Pascua el ‘tiempo’ parece desaparecer , entre mezclados el pasado, el presente y el futuro, como si hubiéramos entrado en la eternidad.


Nuestra celebración eucarística dominical, que nace con la Pascua, tiene un ritmo y unas connotaciones que no son casuales. Hay una liturgia, que es acción. Si vamos a la etimología griega, la palabra liturgia es un “ergon” , por tanto obra, movimiento, actuación… Siempre hemos visto en la liturgia que es el culto espiritual o servicio sagrado a Dios de cada uno de nosotros, que formamos su pueblo, y ciertamente lo es. Pero es mucho más. La liturgia es el paso de Dios, la acción de Dios, que pasa y nos pone en camino, en movimiento. La Pascua, para Israel, es Dios que se hace presente en su actuar, que salva. Es un sacramento que hace presente a Dios esa noche. Por eso es la fiesta más grande de Israel.


Es muy importante entrar y comprender este ‘misterio de la salvación’ o ‘misterio de nuestra fe’ (mysterium fidei) como se proclama en la consagración eucarística. Misterio, no porque sea algo oculto, como una magia que no entendamos, sino porque es algo inconcebible para nuestra razón que nuestra salvación aparezca en esta noche santa a través de esta acción litúrgica donde el hombre exulta ante la intervención de Dios. Es preciso, urgente, entrar en el sentido profundo de la Pascua hebrea para poder vivir la Pascua de Jesucristo. El Catecismo de la Iglesia Católica en el nº 1096 afirma sobre esto: "Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia cristiana”.


La liturgia judía se hace presente a través del ‘Seder Pascual’, que no es más que el rito propio de la celebración. En este Seder aparecen muchas connotaciones y sentimientos propiamente humanos, pero hay uno que destaca: La Exultación. Frente a la acción de Dios el hombre exulta. Es la respuesta ante la intervención de Dios, que aparece en la vida del hombre para salvarla. La Sagrada Escritura está llena de hechos donde el encuentro con Dios provoca de manera inmediata un movimiento y un canto de alabanza: Abraham, tras recibir la promesa de Dios se pone en camino, y se regocijará con el nacimiento de su hijo Isaac, que significa precisamente ‘risa’. La Virgen María, tras recibir el anuncio del Arcángel Gabriel se pone en camino, para ver a su prima Isabel, y entona el ‘Magnificat’.


La Palabra de Dios, la Torá (Torah), es por tanto, un camino, una acción, no algo estático. Dirá Jesucristo sobre esta Palabra: "He venido a darle cumplimiento", es decir, he venido a dar cumplimiento a este camino. Por eso San Pablo nos recordará: "Cristo es nuestra Pascua" (cf 1 Co 5,7). Cristo es la realización completa de este camino. Este camino que culmina en la Iglesia, porque también la Iglesia está en camino. Es Cristo viviente quien la ha puesto en marcha, porque ha abierto un camino y arrastra por el, tras de sí, a la humanidad, que recorre este camino para arrastrar a su vez a las naciones hacia el Padre. Por eso estos acontecimientos, estas intervenciones de Dios, provocan la irrupción de la eternidad en la historia y hacen que Israel celebre estos acontecimientos de tal manera que se hacen presentes para ellos.


El término griego ‘Eucaristía’ etimológicamente significa: ‘Acción de gracias’. Y este agradecimiento se traduce en una proclamación, en una berajá, una ‘bendición’: Bendecir a Dios es decir lo bueno que es Dios. Por eso toda la noche estará llena de bendiciones. El pueblo de Israel es el pueblo de la bendición, y nosotros, dice San Pedro “hemos sido llamados a heredar una bendición” (1ª Pe 3,9). Las bendiciones de Israel tienen una particularidad: son siempre ascendentes ¿que quiere decir? Que no pedimos a Dios que bendiga los alimentos o nos bendiga a nosotros -sentido descendente- sino que le bendecimos a Él por la comida que nos da, por la vida que nos da, por la casa, por el trabajo, ¡por todos los dones que nos da! Es una novedad absoluta en medio de los cultos paganos que circundan a Israel en su entorno, donde los dones y sacrificios que se ofrecen a los dioses son como un trueque: ‘Yo te doy para que tu me des’. Yo me sacrifico para que tu te acuerdes de mi. Te ofrezco mis primicias para que prosperen mis cosechas… Es una mera relación mercantil fundamentada en el temor, donde el hombre busca su beneficio. En la fiesta Pascual el centro de la bendición es Dios, no nosotros, porque la obra es de Dios, no nuestra. Él pasa por Israel sin que Israel haya hecho nada por merecerlo ¿qué méritos podía ofrecer un conjunto de esclavos? El libro del Éxodo lo atestigua: “He visto la opresión de mi pueblo” (Éxodo 3,7). Es sorprendente que la primera vez que Dios habla de su pueblo en la Escritura sea tiempo antes de que ellos existan propiamente y se consideren un pueblo, ya que celebrarán su nacimiento como pueblo cuando Moisés reciba la Torah en el Sinaí ¡pero para Dios ya es su pueblo! Frente a la gratuidad de la elección y amor de Dios ¿como no vivir este acontecimiento como una gran fiesta?



EL BANQUETE PASCUAL -


Para Israel la Pascua, por mandato divino, se celebrará en un contexto de cena, es decir, será una comida, y más que una comida ¡un banquete!. Es la cena de Pascua, la cena del cordero, la fiesta de los ázimos, el banquete más importante de todo el año. Cuando en el Concilio Vaticano II se recuperó la idea de la Eucaristía como Convivium Paschale (cf Sacrosantum Concilium 47) muchos se extrañaron y lo rechazaron ¿Qué relación podía tener la Santa Misa con una cena pascual judía? Sin embargo el origen de nuestra Eucaristía y su carácter eminentemente pascual, como se pudo vislumbrar tras el gran trabajo de liturgistas exégetas y el estudio y recuperación de textos de la Iglesia primitiva, está indudablemente en la Pascua hebrea, tal como lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: "Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía" (CCE Nº 1340).


Para Israel la comida, el alimento, es muy importante. Jesucristo hará referencia continua a los alimentos en sus predicaciones y parábolas, porque encierran profundos significados. Quizás en nuestra cultura actual occidental hemos ‘banalizado’ la comida, tanto es así que casi no se come ni en familias. Para Israel las comidas tienen casi un valor sagrado, porque es el fundamento de la vida del ser humano, y debe tenerse en cuenta para considerarse en la edad adulta, cuando ya puedes alimentar a una prole.


Las tradiciones rabínicas entrelazan una unión entre alimento y la Palabra. Como dirá un precepto elemental enunciado en las ‘Pirqé Avot’: “Si no hay harina no hay Torah; Si no hay Torah, no hay harina”. El Deuteronomio también recordará estos dos fundamentos de la vida del hombre, que utilizará Jesucristo: “No solo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor” (Dt. 8, 3).


La boca tiene dos funciones: La de comer y la de hablar. El sexto día de la Creación Dios dio al hombre, a Adán, como alimento, las plantas creadas el tercer día (Gn. 1, 29), y no será hasta Noé cuando después del diluvio, aparece en la Escritura el permiso de Dios para comer carne, aunque con restricciones. Para el pueblo de Israel las fiestas están reñidas con la comida, porque en cierto modo les hace entrar en un estado de santidad. Esta santidad, para el hebraísmo, es lo contrario a la vulgaridad. De ahí ue la comida ya no sea un modo únicamente de satisfacer una necesidad fisiológica, sino que abre la puerta a una nueva humanidad, y a una nueva relación con el prójimo y con el Señor.


Para que esa santidad llegue y se realice esta ‘separación’ de lo vulgar, entendiéndose como lo ‘idolátrico’, hay una sola condición: “que entre en acción el instrumento de la comida”. Así Israel, en la Pascua, comerá Cordero, como medio para rechazar el paganismo y entrar en la santidad, dado que para las naciones paganas un gran número de animales tenían una significación divina (A Annubis, por ejemplo se le representaba con la cabeza de un chacal). Comer un animal era, por tanto, un modo de negar la divinidad de los dioses paganos, para entrar en el conocimiento del Dios único.


Por otro lado en hebreo la palabra “maakhélet”, que podría traducirse como tenedor, tiene otra acepción si se la nombra junto con el anfitrión: cuchillo. La única vez que se encuentra este término en la Torá es cuando Abraham va a sacrificar a su hijo en el monte (Gn. 22, 6.10). Abraham es el padre de los creyentes, cuyo nombre significa “Padre de la multitud de creyentes”. Abraham, “tomó en su mano el fuego y el cuchillo” (Gn. 22,6). El Midrash Rabbá dice sobre esto: “¿Porque se llama al cuchillo “maakhélet”, “instrumento de la comida?”. Porque convertirá en lícita esta comida. Los rabinos dirán: “Todos los alimentos con que se alimenta Israel en este mundo los come gracias a este cuchillo” De este modo este cuchillo se presenta como necesario en la decisión de comer ¡por lo que este cuchillo de Abraham, para el sacrificio, nos habla de un alimento! Jesucristo, nuestro Cordero Pascual, significado también en el carnero enredado en las zarzas, será convertido en esta noche de Pascua en verdadera comida. Alimentarse, para los judíos, no será una mera cuestión instintiva o acto de supervivencia: Es una voluntad de estar concretamente de parte del Señor, y una decisión deliberada para crecer en discernimiento.


En este banquete aparecen multitud de signos entorno a una Mesa donde participa una familia: la luz, la Vigilia, las hierbas amargas, los cuentos y relatos, el sacrificio y la sangre del Cordero… pero dos destacan especialmente: el Pan y el Vino.


Aquí puede surgir una pregunta muy importante y trascendental: ¿porque un banquete? ¿porque Dios ha querido mostrar la salvación de todo el género humano a través de una comida? Podría haberlo hecho de múltiples maneras, como hoy vemos en tantas religiones donde para obtener la salvación hay que realizar numerosos trabajos, a menudo con grandes exigencias, sacrificios, ayunos, oraciones, o simplemente tocando una piedra, peregrinando a una ciudad… Y sin embargo el Señor sólo le pide una cosa a su pueblo: Reuniros y comed. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn. 6, 54) dirá Jesucristo.


Esta circunstancia nos traslada a un relato del Génesis, cuando la serpiente tienta a Adán y Eva con el árbol del conocimiento del bien y del mal. Nuestros primeros padres experimentaron la muerte por haber desobedecido a Dios y haber comido del fruto prohibido: "Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió." (Gen. 3, 6). Era necesario restaurar, con otra comida, la vida inmortal que, a causa del pecado original, habíamos perdido. Aparecerán en escena con la Pascua un nuevo árbol, un nuevo Adán y una nueva Eva: El nuevo árbol será el de la cruz, con el nuevo Adán que será Jesucristo, y la nueva Eva, María, imagen de la Iglesia.


Es sorprendente cómo en la Pascua aparecen redimidas las maldiciones fruto del pecado: Las consecuencias para la mujer son claras: “con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará” y para el hombre: “con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado" (Gen. 3, 16-19).


Existe una correlación directa entre este relato del Génesis y el de Lucas 22, 44, donde vemos a Jesucristo que sudó sangre, mientras arrodillado en Getsemaní, rezaba. Son estas dos citas los únicos lugares en toda la Escritura en los que se habla del sudor de un hombre. Jesucristo, como Adán, derramará sudor para dar a comer el pan, que será su propia carne inmolada. Pero será un sudor mucho más amargo, con sangre.


En este huerto Jesucristo además llorará amargamente, asumiendo el dolor de toda la humanidad: “Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. (Hebreos 5,7)” . En hebreo la palabra ‘lágrima’ tiene la misma raíz que ‘sangre del ojo’, siendo la sangre en la Escritura imagen de la vida. El ojo que vierte lágrimas es, para los hebreos, una ‘fuente de vida’. Este llorar de Jesucristo, ya en este momento que se inicia la Pasión, tiene un valor redentor: se convertirá para nosotros en Vida.


Por otro lado en la cena de Pascua el marido, cabeza de la familia, aparecerá no como un enemigo o como un competidor de la mujer, sino como el Padre que presidirá la fiesta. Y los hijos pasarán a ser protagonistas en la historia de la salvación, siendo los herederos de la bendición. Ya no serán más causa de sufrimiento o dolor, sino de vida y esperanza y signo de fecundidad y comunión entre los esposos. Por otro lado los frutos de la tierra no serán más signo de miseria o castigo. Las hierbas amargas, que recordarán el llanto y los sufrimientos de la esclavitud, darán paso a los frutos dulces y sabrosos propios de la Tierra Prometida, que mana leche y miel. Estos alimentos que nacen del trabajo de la tierra se transformarán en dones, objeto de bendición, necesarios para la vida del hombre, convirtiéndose el pan y el vinos en la materia central sobre los que Dios se manifestará con todo su poder.



NOCHE EN VELA -


La liturgia de la cena Pascual judía comprende 3 partes diferenciadas y comienza el viernes por la tarde, tras la caída del sol. Es por tanto una Vigilia, que se celebra durante toda la noche en la que los comensales permanecerán despiertos aguardando el nuevo día.


Las horas, en la Escritura, son muy importantes, porque Dios ha estipulado un orden que a menudo ignoramos. En nuestras liturgias da la sensación que hemos perdido la importancia de la hora, del tiempo. Buscamos cumplir ritos, pero sin tener en cuenta ‘cuándo’ y durante ‘cuánto’. En la creación Dios todo lo que crea debe esperar tres días a ser completado: El firmamento se crea el 2ª día, y al 4º tuvo por hijos el sol, la luna y las estrellas… La tierra se crea el 3º día, y fue al 6ª cuando quedó completada con la creación del hombre y la mujer. Adán fue creado a la hora nona del 6ª día (lo que serían las 3 de la tarde para nosotros), justo la hora que Jesús, nuevo Adán, muere (Mt 27,45-50). Esta inclusión de la hora de la muerte no es circunstancial ni casual por parte del evangelista. Quiere señalar algo fundamental: En tiempos de Moisés Dios ordenó matar un cordero sin mancha para, con su sangre, marcar las puertas de sus casas para que cuando el ángel de la muerte viera la sangre del cordero pasara de largo. Aquel cordero debía ser inmolado el día 14 del mes de Nisán entre las dos tardes (Éxodo 12:6; Levíticos 23:5). La primera tarde judía era de la hora sexta a la nona (12 pm a 3 pm), y la segunda era desde la hora nona a la duodécima (3 pm a 6 pm), por lo que el Cordero debía inmolarse a las 3 de la tarde, justo cuando Jesús expira en la cruz.


Por otro lado el día sexto para los judíos no es el sábado, sino el viernes. En este día cantan el salmo 92. A la hora nona del viernes quedarán justamente 3 horas para comenzar el Shabat, el primer día de la semana, por lo que es esta hora nona la hora tradicional del rezo de la tarde que nos introducirá ya en el cambio de día. Jesús, en la cruz, antes de morir, entonará la oración que nos introducirá en el nuevo día. Jesucristo, al tercer día, completará su victoria sobre la muerte.


Para poder celebrar por tanto la Pascua, tras la caída del sol el viernes, era preciso entrar en la noche. Esta imagen es muy propicia para evocar el poder en la noche de las tinieblas, imagen de toda muerte, y la espera ansiosa del amanecer, con la luz, imagen de la vida. La Iglesia primitiva identificó en seguida en la noche el poder de Satanás, príncipe de las tinieblas, que será vencido por Jesucristo, lucero de la mañana, con el rocío de su Resurrección. Es por este motivo que todas las Iglesias se construían con el ábside mirando hacía el este, donde se sitúa Jerusalén, para esperar con el alba la luz que es Cristo, vencedor de la muerte.


El libro del Éxodo dará las indicaciones oportunas: Será una “noche de Vigilia en honor del Señor” (Ex. 12, 42). Con los años la estructura del Seder Pascual se ceñirá al poema de las cuatro noches del ‘Targum Neofiti’ (el Targum son una serie de tradiciones rabínicas que se han ido conservando con el paso de los siglos, pero aparece posterior a Jesucristo, porque en su época todo eran tradiciones orales, no se podía escribir nada, porque lo escrito era la Torá).

Este poema, que encierra tradiciones muy antiguas, desvela la importancia para Israel de cuatro noches cruciales: La noche de la creación. La noche de la fe, con Abraham. La noche de la liberación, con la Pascua. Y la noche de la venida del Mesías.


La Pascua coincide con el equinocio de la primavera, y se identificará la tiniebla con la esclavitud y la liberación con la luz. La primera noche donde la luz vence a las tinieblas es precisamente la noche de la Creación. En aquella noche la Palabra de Dios hizo aparecer la Luz. En arameo el término ‘Palabra’ viene definido como ‘Memrá’, utilizado igualmente para el término ‘Verbo’, como utilizará San Juan para definir a Cristo: “Verbo de Dios” (Jn. 1, 4-5). Esta tradición ha pasado íntegra a nuestra Pascua, donde leemos como primera lectura el relato de la Creación, y donde hemos recibido, con un Lucernario, a Jesucristo como la Luz que viene a destruir la tiniebla.


La segunda noche, la de la fe, el Targum revela que Isaac era un hombre maduro cuando fue conducido al sacrificio, de unos 30 años. Así como en la noche de Pascua se abrió el cielo para que descendiera el Señor, así en la noche de la fe se abrirá el cielo para rescatar a Isaac del sacrificio, y Padre e hijo contemplarán la Gloria de Dios. En el Targum se afirma que Isaac quedó deslumbrado por la visión celeste, porque, según los rabinos, había contemplado esta Gloria luminosa de Dios, hecho que nos recuerda la visión de San Pablo, por la que también quedará momentáneamente cegado. En esta segunda noche se quiere poner de manifiesto la importancia de la fe: Abraham creyó que Dios era el que cumple la promesa, y no vaciló en sacrificar a su hijo, porque pensaba que Dios era poderoso de resucitarlo de nuevo a la vida. En esta segunda noche, la noche de la ‘Aquedah’ (‘Átame’) Isaac, podríamos decir, recobrará de nuevo la vida, como afirma la Epístola a los Hebreos, recordando que Isaac es símbolo de la Resurrección (Hb. 11, 17-19). Como el pueblo de Israel. Como Jesucristo.


La tercera noche es la de la salida de Egipto, que estamos desarrollando en profundidad, y la cuarta noche es la de la venida del Mesías, que veremos más adelante.


Es por tanto una fiesta con todo un rito que implica estar la noche en vela, esperando. Porque es Yahveh el que pasa y "estarás en vela, en vigilia, toda la noche" (cf Ex 12,42). Por extraño que parezca la Iglesia había perdido con el pasar de los siglos la Vigilia Pascual. El centro de la vida de Israel, y posteriormente de la Iglesia primitiva, donde todo nacía y todo cobraba sentido, habían prácticamente desaparecido. El término ‘Misterio Pascual’ hacía siglos que no se empleaba en los textos litúrgicos, y la celebración toda la noche de la Pascua se había perdido. Fue el movimiento litúrgico de finales del siglo XIX el que empezó a promover una renovación litúrgica que tuvo su cúlmen con el Concilio Vaticano II. No se trataba de recuperar las antiguas formas celebrativas, como si de un arqueologismo litúrgico se tratara. La intención era volver a las fuentes, al núcleo central sobre el que se sustenta nuestra fe.


Aparte de los cambios que se habían ido añadiendo con los años a la propia celebración y que la iban cargando de ritos que poco o nada tenían que ver con el significado primigenio, habría que destacar aquí, como una grave adulteración, el desplazamiento de la hora. En esto la misma Iglesia había roto con su más genuina tradición. La Vigilia Pascual había sido concebida siempre, desde sus inicios, como una celebración nocturna, y sin embargo, por una serie de circunstancias, la hora fue adelantándose paulatinamente hasta que se estableció la costumbre de celebrar la Vigilia a primeras horas de la mañana del Sábado Santo, mal llamado por ese motivo ‘sábado de gloria’.


Por este y muchos más motivos, se venía reclamando una serie renovaciones del año litúrgico y sus celebraciones, especialmente lo concerniente a la Pascua. Todos los expertos advierten que la reforma litúrgica del Papa Pío XII fue una especie de ensayo de lo que sería después la reforma promovida por el Concilio Vaticano II. El 9 de febrero de 1951 apareció un primer decreto de la Sagrada Congregación de Ritos instaurando «ad experimentum» la Vigilia Pascual. Era una respuesta a las múltiples demandas, provenientes de numerosas iglesias de todo el mundo, pidiendo la restauración de la Vigilia. En esta primera reforma aparecía ya configurada, en sus líneas básicas, lo que sería la reforma posterior. El cambio más espectacular fue, sin duda, la recuperación de la hora de la Vigilia que se remitía “ad horas nocturnas”. En documentos posteriores la hora quedará establecida en términos más exactos: “La Vigilia Pascual debe celebrarse a la hora oportuna, es decir, a una hora que permita poder comenzar la Misa solemne de la Vigilia hacia la medianoche entre el sábado santo y el domingo de resurrección”.


Después de diversas aprobaciones, con un Decreto de 1955, quedó definitivamente aprobada la restauración de la Vigilia Pascual dentro de la Semana Santa. Sin embargo, a pesar de dichas aprobaciones y recomendaciones, también tras el Concilio, la forma celebrativa de la Vigilia Pascual no había alcanzado su máximo esplendor. De una Vigilia durante toda la noche como pedía la tradición y la fe de la Iglesia, esperando el lucero del alba, se había convertido la Vigilia en una Misa vespertina, que comenzaba en las parroquias y Catedrales entre las 8 de la tarde y 10 de la noche y que terminaba sobre la medianoche. Viendo esta situación, la Congregación para el culto Divino emitió un documento en 1988 con una serie de indicaciones y recomendaciones sobre la celebración de la Vigilia donde recordaba: “Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la noche santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como "la madre de todas las santas vigilias". En dicho documento la Congregación del Culto además subrayaba la íntima relación de la noche de la Pascua cristiana con la Pascua hebrea: “La Vigilia pascual nocturna durante la cual los hebreos esperaron el tránsito del Señor, que debía liberarlos de la esclavitud del faraón, fue desde entonces celebrada cada año por ellos como un "memorial"; esta vigilia era figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual "rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo".


Pero ¿por qué el pueblo hebreo puede estar en vigilia una noche entera? Porque han experimentado, han vivido la aparición de Dios y les ha dejado en expectación de una mayor manifestación de Dios. El que espera es porque tiene un "axis", una garantía, para esperar toda una noche entera en Vigilia. El que no la tiene no espera nada. Por eso la fiesta tiene este sentido de expectación y de vigilia. El que no espera nada le incomoda el pasar la noche esperando, por lo que ‘para saber esperar’ hemos tenido cuarenta días de preparación en la cuaresma.


Por otro lado la expresión ‘misterio pascual’ aparece ya en los Santos Padres, como la “Homilía sobre la Pascua” de Melitón de Sardes, y había ido perdiendo su profundo significado a medida que la Vigilia Pascual había ido desapareciendo al perderse su significado.


El Concilio volvió a poner en uso la expresión y significado de este ‘misterio pascual’, que no habla a la inteligencia o a la razón, sino que nos habla a la vida: “Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida‟ (Sacrosantum Concilium n.5).


“El sagrado Concilio Vaticano II – afirmaba San Pablo VI – nos ha enseñado claramente que la celebración del misterio pascual tiene la máxima importancia en el culto cristiano y que se explicita a lo largo de los días, las semanas y el curso de todo el año” (Motu proprio Mysterii paschalis, 1969). Y Juan Pablo II no dice otra cosa : “El misterio pascual es Cristo en el culmen de la Revelación del inescrutable misterio de Dios” (Encíclica Dives in misericordia, 1980).







EL SEDER PASCUAL -


La última cena de Jesucristo con los Apóstoles se encuadra, como nos recuerda la Iglesia, dentro de esta cena pascual judía y, aunque con diferencias, la estructura de la actual celebración es similar a la que vivió Jesucristo. Dentro de nuestra Eucaristía han pasado los elementos más importantes de la misma, sobre los que Jesucristo dio el sentido pleno y definitivo, siendo el Pan y el Vino en la consagración el núcleo del misterio pascual.


La importancia del Pan y del Vino no son casuales. Las profecías del Antiguo Testamento, como nos recuerdan los Padres de la Iglesia, enfatizaban especialmente en la relación profética que indudablemente existe entre la ofrenda de pan y vino por Melquisedec y la Última Cena de Jesús. Después que Abraham, con su ejército, había rescatado a su sobrino Lot de manos de los cuatro reyes hostiles que lo habían atacado y robado, Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén), “presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y bendijo a Abraham diciendo: “¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo…” (Génesis 14,18-20). Melquisedec trajo pan y vino, no sólo para restaurar las fuerzas del séquito de Abraham, cansados por la batalla, pero que estaban bien provistos con el botín que habían obtenido (Gén. 14,11.16), sino como ofrenda agradable al Dios Todopoderoso. No como un anfitrión, sino como ‘sacerdote del Dios Altísimo’. De hecho, se establece claramente que la verdadera razón para su ‘ofrenda de pan y vino’ es su Sacerdocio. La Escritura enseña claramente que Cristo es “sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Sal. 110(109),4; Heb. 5,6s.; 7,1ss).


La primera parte de la Pascua judía gira en torno al Pan. Hay un Rito propio del Pan dentro de esta cena. Según el Catecismo de la Iglesia (nº 1334) “En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (cf Dt 8,3)”.


Este Rito del pan comienza con una bendición de una primera copa de vino de las cuatro copas que van a beber en la cena. Las cuatro copas de vino representan y se corresponden con las cuatro expresiones de libertad y redención que la Torá utiliza para describir el Éxodo en el capítulo 6 (v. 6-7): “Yo os sacaré”, “Yo os liberaré”, “Yo redimiré” y “Yo os tomaré por mi pueblo”.


Esa cantidad de vino que correrá durante la cena no era la habitual en una familia normal de la época, ni siquiera en una ocasión festiva, pero sí que era normal en un banquete de la aristocracia donde se servía vino antes de la cena, en la recepción, (como aperitivo), durante la cena y luego de la cena, como sobremesa o vino de postre. El Seder de Pésaj será entonces idéntico a un banquete festivo de ciudadanos nobles. ¡Qué gracia más grande que Dios nos ha invitado y sentado a su Mesa dándonos una dignidad propia de reyes!: "Yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel." (Lc. 22, 29-30). “Dichosos aquellos siervos a quienes el señor, al venir, halle velando; en verdad os digo que se ceñirá para servir , y los sentará a la mesa, y acercándose, les servirá” (Lc 12, 37).


A diferencia de otras fiestas y celebraciones donde solo bebe quien preside, en el Seder es obligatorio que todos los participantes deben beber las 4 copas. Quien no bebe las copas no puede ser redimido. A los niños se les servirá jugo de uva. Esto nos recuerda las palabras de Pascua que han pasado íntegras a la Consagración: “Tomad y bebed todos de Él” (Mt. 26,27). La comunión con el vino, transformada en la Sangre de Cristo, es fundamental para vivir con plenitud la redención de Jesucristo. Sin negar la doctrina del Concilio de Trento, que indica que quien comulga el cuerpo de Cristo en la forma del pan consagrado ya está comulgando con todo el cuerpo y divinidad de Jesucristo, el Concilio Vaticano II recuperó la comunión con las dos especies, recomendando que al menos se comulgue con el vino una vez al año, !justamente para la noche de Pascua!: “Es muy conveniente que en la comunión de la Vigilia pascual se alcance la plenitud del signo eucarístico, es decir, que se administre el sacramento bajo las especies del pan y del vino” (Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos sobre La preparación y celebración de las fiestas pascuales, 16 de enero de 1988)


La primera copa es la copa del ‘Kaddésh’, de la ‘santificación’, donde el que Preside, se levantará y tomando la copa dirá: “Bendito seas tú, Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que nos escogiste entre todos los pueblos [...] y nos santificaste con tus preceptos. Nos diste con amor, oh Señor, [...] las fiestas para la alegría, festividades y estaciones para regocijo, [...] este día de la fiesta de los ácimos, efemérides de nuestra libertad, [...] en memorial perpetuo de nuestra salida de Egipto”


En esta primera bendición aparece toda la fuerza del significado de la Pascua que hemos dicho: ‘Elección, Exultación, gozo, fiesta, liberación…’ No es una liturgia penitencial ni contemplativa.


Con esta primera copa al levantarla se da gracias a Dios por la fiesta. Esto tiene que ver con la escatología. Jesucristo, en la última cena, levantará también esta primera copa, y dirá: "Ya no volveré a beber del fruto de la vid, hasta que llegue el Reino de Dios" (cf Lc 22,18). Jesucristo, con esta primera copa del ‘Kaddésh’ está haciendo referencia a la santificación máxima de la fiesta, que tiene su expresión y culmen en el descanso eterno, en el cielo que Él va a abrir con su muerte y Resurrección. Este descanso, que se inaugura en este preciso momento, es sagrado en Israel, y del que el ‘shabbat’ es memorial. La fiesta de Pascua es anticipo por tanto de la eternidad y nos recuerda también, como insiste el Talmud, que nuestra morada terrena es temporal, y debemos partir hacia nuestra morada celeste, que es eterna.


Tras esta copa seguirá el rito y llega el momento donde se les va a hacer presente la liberación de la esclavitud de Egipto. En esta noche celebran además el paso del año viejo al nuevo. Pasan de la esclavitud del año viejo a la libertad del año nuevo. Es verdaderamente un tránsito en todos los sentidos.


Por eso hacen presente la esclavitud comiendo hierbas amargas y el pan ázimo. El que preside se levantará y hará una bendición sobre el pan: “Éste es el pan de la miseria que comieron nuestros padres en Egipto. Quien tenga hambre venga y coma. Todo el que está esclavo venga y celebre Pascua con nosotros. Este año aquí, el año próximo en Jerusalén; este año esclavos, el año próximo libres”


Con esta elevación del pan se va a iniciar la ‘Haggadah’, la narración de todo lo que Dios ha hecho con Israel. Porque dice Yahveh: "Contarás a tu hijo ese día lo que el Señor hizo por ti" (cf Ex 12,26-27; 10,2).


Israel es un pueblo distinto de todos los pueblos, porque ha sido elegido para una misión: revelar a las naciones la existencia del Dios único. El primer mandamiento que tienen es el de transmitir la fe de generación en generación (cf Dt 6,7). Ese deber de transmisión se cumple litúrgicamente esta noche mediante la ‘Haggadah’. Esta noche está también en función de pasar la fe de una generación a otra. Veremos cómo esta cena, muy humana, de familia, es una transmisión de la fe de generación a generación, de padres a hijos, una unión total entre los comensales, y a la vez es una cena sagrada: Dios está presente.


Así pues, con esta elevación del pan comienza la narración de la historia en función de los niños. Empiezan los ‘porqués’. Toda esta parte del ‘Seder Pascual’ no se entendería si no estuviesen presentes los niños. Es una parte esencial y central en la fiesta. Todos estos signos que están encima de la mesa están en función de que los niños hagan preguntas. Porque los niños, al ver cosas tan raras, preguntan: ‘¿Por qué esta noche comemos estas hierbas que no comemos nunca? ¿Por qué esta noche comemos este pan así y no el de siempre? ¿por qué permanecemos toda la noche levantados?...’


Dicen los hebreos que no es que ellos vayan a la noche de Egipto, sino que es la noche la que viene a preguntarnos ahora: ‘¿dónde estás?’. Con estas preguntas los padres iniciarán a relatar los hechos de la historia de la salvación, desde Adán, Noé, Abraham... hasta ese momento concreto de la historia, donde Dios se ha hecho presente. La fe en Israel se transmite oralmente, aprovechando también los cuentos o midrashim, y no buscan dar definiciones de ‘qué es Dios’, sino ‘qué hace Dios’ porque Dios actúa en la historia y sus obras hablan de Él.


Terminados los relatos luego vendrá el ‘Dayenú’, que en forma de letanías volverán a agradecer y bendecir a Dios por su poder. Para que quede claro que todo esto es algo presente y actual van recordando: “Si nos hubiera sacado de Egipto y no hubiese juzgado a los egipcios, eso nos habría bastado”. Y todos dicen: verdaderamente ‘Dayenú’ (nos habría bastado). “Si hubiera satisfecho nuestras necesidades en el desierto y no nos hubiese alimentado con el maná, eso nos habría bastado. [...] Si nos hubiera llevado al Monte Sinaí y no nos hubiese dado la Torá, eso nos habría bastado”...


Así van haciendo énfasis en cada paso, y van recordando el Éxodo de nuevo, haciéndolo presente. Los niños reciben la Escritura de viva voz; la oyen de sus padres antes de leerla ellos; porque no se trata de escritos sino de vida.


Terminado el ‘Dayenú’ entonces entonarán diversos cantos de ‘Aleluya’ (salmo 113 y salmo 114), que son himnos de glorificación, de exaltación por haber pasado de una situación de muerte a la vida.


Posteriormente viene una segunda ablución de manos, que es donde nosotros podemos localizar el lavatorio de los pies que hace Jesús, un gesto que ha pasado también a nuestra celebración Eucarística, en el momento antes de la Consagración. Esto lo hace siempre el más pequeño de la casa, por lo que Jesucristo se ceñirá para realizar estas abluciones significando lo que transmitirá en la última cena, “que ha venido para servir, no para ser servido” (Mc. 10,45).


Todo judío se lava las manos antes de comer, no es un precepto exclusivo de Pesaj. Pero ‘lavarse’ es una traducción demasiado simple para este acto, también llamado como ‘purificación’, que supone algo más: “Bendito seas tú Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que nos has santificado por medio de tus Mandamientos, y nos has ordenado sujetar las manos”.


Este ‘sujetar las manos’ parecía una obediencia pasiva del creyente, obligado a practicar gestos rituales. Pero este acto a priori poco importante, se convierte en dinamismo y vida: Las manos no van a donde quieren, sino que siguen los mandatos del Señor. Se convierten en un instrumento para la vida espiritual del judío. Jesucristo, en la cruz, sujetará sus manos, evocando los tefilín con los que los judíos, cuando rezan, atan sus manos y brazos con cuerdas, siguiendo los preceptos de la Torá: “Los atarás como señal sobre tu brazo, y serán un recordatorio entre tus ojos" (Dt. 6 ,8).


Habiéndose decidido ‘sujetar sus manos’ y hacerse responsable de sí mismo, el judío no toma el pan de cualquier manera. Toma el pan y bendice a Dios recitando la bendición. Y al comer este pan se hace capaz de decir “Papá” ¡Cuando un niño empieza a comer pan es cuando ya sabe decir Papá! Poder participar de este pan en esta Mesa significa que Dios nos considera Hijos suyos.



EL SIGNO DEL PAN -


Finalizando esta primera parte del Seder vendrá el momento propio del Rito del Pan. El Signo del Pan es fundamental en Pesaj, tanto es así que la fiesta también es denominada La ‘fiesta de los ácimos’ (Matzot).


En este momento culminante el que preside se levanta y da gracias a Dios diciendo algo que encontramos casi idénticamente en nuestra Eucaristía: “Bendito seas Tú, Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que has hecho surgir el pan de la tierra” Entonces lo parte y se lo da a cada comensal. Comer este pan es comulgar con la esclavitud y con la salida de Egipto.

El pan que utilizan es un pan nuevo, ácimo, ‘Matzá’, que no tiene levadura vieja, nada de la levadura del pasado, que para las religiones paganas significaba la primera espiga de la primavera, y que recibe ahora un contenido más pleno. Los hebreos estaban acostumbrados a él, porque siendo esclavos se alimentaban de estos panes sin fermentar, dado que los egipcios no les permitían que perdieran tiempo fermentando pan ¡Dios quiere que utilicen este mismo tipo de pan para la Pascua! La misma ‘Matzá’ que comían como esclavos, esta vez tendrá un sabor diferente: el sabor de una libertad que estaba ocurriendo ya, precipitadamente, frente a sus propios ojos.


Israel se encuentra por tanto con un acontecimiento mucho más fuerte que el cambio estacional, que es la salida de Egipto, el paso de la esclavitud a la libertad. Entonces, este pan para Israel no significa ya la vida que brota en la primavera, sino la salida de Egipto. Este pan ácimo es sacramento y signo de esta salida. Por eso el padre, al niño que le pregunta: "¿Por qué este pan esta noche?", le contesta: "Es ácimo por la prisa, porque Yahveh nos dijo que saliéramos deprisa y no nos dio tiempo de hacerlo con el fermento de la levadura". Es el pan de la prisa, el pan de la aflicción, el pan de la esclavitud, el pan de miseria. Porque así como los hebreos en la esclavitud amasaban paja con agua para hacer ladrillos, así este pan ha sido preparado con trigo que ha tenido que ser triturado, amasado y trabajado.


Llegados a este momento del Rito, Jesucristo cogerá este pan de la esclavitud y le va a dar su pleno y definitivo significado: “Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros” (Lc. 22, 19). Ciertamente Jesucristo ha tomado la condición esclavo, “se ha hecho pecado por nosotros” (2ª Cor. 5,21), ha cargado con nuestras culpas y ha sido “triturado por nuestros crímenes” (Is. 53, 5). Este pan es verdadera y realmente su cuerpo, de tal modo que todo aquel que come de este pan participa con Él de su pasión redentora y de su salida hacia el Padre. Él inaugura este nuevo Éxodo, este nuevo y definitivo paso de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad verdadera. Porque Él cumple la Pascua. Él cumple en su propia carne el paso de la esclavitud de la muerte a la tierra prometida que es la llegada al Padre, la felicidad, la nueva Jerusalén. Jesucristo da cumplimiento a la Torá, ha realizado el camino, ha realizado la Pascua. Así lo entendió S. Pablo cuando dijo: “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Co 5,7).


Con este pan que comen los comensales se termina la primera parte de la celebración pascual. Seguidamente vendrá la segunda parte, que es una gran cena, en medio de la fiesta. Estamos en una gran fiesta y va avanzando la noche, que había comenzado en ayunas desde el día anterior, donde no comen nada no como penitencia, sino para tener hambre verdadera en esta liturgia y comer con fuerza el pan de miseria, de la esclavitud. Con esta cena pasan de una situación de tristeza y tinieblas a una situación sacramental de gran alegría. Esta fiesta va in crescendo: es una fiesta que camina hacia su culminación.




EL SIGNO DEL VINO -


Una vez terminan de comer abundantes manjares vendrá la tercera y última parte de la cena, que tiene que ver con el vino, donde aparecerá la cuarta y última copa, que conocemos como la ‘copa de la Bendición’, del ‘Halel’, ‘Alabanza’, o incluso también de la ‘salvación’ que ha pasado íntegra a nuestra liturgia, y que va a dar fin a la celebración y completa el rito pascual.


Esta copa de vino tiene que ver con la promesa y por tanto con la Alianza. Todas las copas, de algún modo, son consideradas como copas de la Bendición, porque todas empiezan con una gran Bendición. Siempre que hablan de la promesa durante la noche tapan el pan y destapan la copa de vino. Porque el pan significa la esclavitud y el vino representa la libertad, puesto que los esclavos no podían tomar vino, y éste lo tomarán siendo ya libres.


Las palabras sobre la Copa (o cáliz) son de una grandísima importancia para entender el sentido definitivo de la misión de Jesucristo y su existencia. La preferencia de uso en los textos sagrados de la palabra ‘Copa’ sobre la materia que contiene ‘Vino’ quiere enfatizar en que este momento está íntimamente relacionado con la Pascua. Aunque hay divergencia entre los evangelistas en la forma que recogen las palabras de Jesús en este momento de la última cena hay una concordancia: Jesucristo cogerá la copa, hará una bendición, y la pasará a sus discípulos para que beban, aludiendo a que en esta copa se sella la nueva alianza con su sangre.


Jesucristo ya no hablará simplemente del Reino, como vemos en toda su predicación, sino de la Alianza, palabra que nos evoca la elección de Israel y su entrada en la Tierra Prometida. A través de la transformación de este vino en su sangre, la vida eterna entrará en sus discípulos.

Pero esta vida nueva prometida pasará, irremediablemente, por la muerte, un gran contrasentido si no se contextualiza con la Pascua. Esta vida inmortal será concedida a quien, por fidelidad a la alianza, entra en la muerte. Pero es preciso aclarar: Jesucristo no nos pide que busquemos la muerte, sino que nos asegura que no tengamos miedo a la misma porque en ella brotará una nueva vida. Esto romperá con la idea sacrificial de los cultos paganos y la superará, donde el objetivo único era derramar sangre de víctimas inocentes, en sentido de reparación o expiación. Ciertamente la Eucaristía es sacrificio impetratorio y propiciatorio. En cuanto a la referencia especial a su carácter propiciatorio, la historia de la institución establece que la Sangre de Cristo está en el cáliz ‘para la remisión de pecados’ (Mateo 26,28; Lev 7,14; 14,17; 17,11; Rom. 3,25, 5,9; Hb. 9,10). Pero no solamente (Eucharisticum Mysterium 3). Con las palabras pronunciadas sobre la copa hay que revisar la noción misma de sacrificio: vamos a ver cómo la Eucaristía es ciertamente un sacrificio donde Cristo pagará por nuestros pecados (el Concilio de Trento (Ses. XXII, can. 1) remarcará, frente a la reforma protestante que negará posteriormente este valor, este término: “Si alguno dice que en la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio; o, que ser ofrecido es sólo que Cristo se nos da como alimento; sea anatema” ), pero en este sacrificio no solamente hay un pago de la deuda de Adán, como recuerda el ‘Exultet’ (Pregón Pascual). Abre también la posibilidad de abrazar una nueva vida. Por eso será también conocido como ‘sacrificio de Alabanza’ un término ya presente en el Antiguo Testamento, fundamentalmente en los Salmos: El ‘sacrificio de alabanza’ era un ‘sacrificio de acción de gracias’ (Sal 50, 14. 23 y Sal 116, 13.17) término que también utilizará San Pablo (Hb 13,15, Hch 13,15) y que estará en el origen de la palabra ‘Eucaristía’, mediante el cual los discípulos de Cristo glorifican a Dios por haber hecho triunfar, en Jesús, la vida sobre la muerte.


Confirma este término ‘sacrificium laudis’ el Catecismo de la Iglesia Católica en el nº 1330, y en el 1334 nos recuerda sobre la copa: “El ‘cáliz de bendición’ (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz”.


La ‘sangre de la nueva alianza’, de la cual hablan los Evangelios, tiene su paralelo exacto en la institución análoga del Antiguo Testamento a través de Moisés. Pues por mandato divino él asperjó al pueblo con la verdadera sangre de un animal y añadió, como hizo Cristo, las palabras de institución (Éxodo 24,8): “Esta es la sangre de la alianza que Yavhé ha hecho con vosotros, según todas estas palabras” Sin embargo, San Pablo (Heb. 9,18 ss), después de repetir este pasaje, demuestra solemnemente (ibid., 9,11 ss) la institución de la Nueva Alianza a través de la sangre derramada por Cristo en la crucifixión; y el Salvador mismo, con igual solemnidad, dice del cáliz: ‘Esta es mi Sangre de la nueva alianza’.


El concepto talmúdico de ‘copa de bendición’, un kos shel brajá, es una manera de realzar nuestras alabanzas a Dios, brindándoles una importancia especial al elevar nuestros vasos mientras manifestamos la grandeza Divina. Hay quienes sostienen que el concepto de la ‘copa de bendición’ fue inspirado en los cánticos que entonaban los levitas durante las libaciones de vino en el altar del Templo. De manera similar, nosotros sostenemos una copa de vino mientras entonamos cánticos a Dios y luego la bebemos. Existirá, por tanto, un corcondancia entre el vino, la tierra prometida y el altar del Templo, lugar por excelencia donde se realizaban los sacrificios rituales cuando por Pascua se realizaba el sacrificio del Cordero en el Templo de Jerusalén y corría su sangre derramada.



Es decir, esta copa de la Bendición es la culminación de toda la fiesta y cierra la noche, rayando ya el alba, el momento de la partida. De esta copa habla San Pablo cuando dice citando el salmo: "¿Cómo daré gracias al Señor? Tomaré la copa de bendición y bendeciré tu nombre" (cf 1 Co 10,16; Sal 116,13).


El que preside se pone de pie, hace alzarse a toda la familia y dice: “Con vuestro permiso, daré gracias”. Todos se ponen de pie: Es nuestro "Sursum corda", que tiene aquí hunde sus raíces.


El que preside alza la copa e inicia una gran y última "berakha", una gran acción de gracias, una gran exultación, donde va a confesar y proclamar con gran fuerza todos los acontecimientos de salvación. Esto será el resumen y significado de todas nuestras anáforas, un recuento de la salvación confesado y proclamado: “Bendito seas, Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que sustentas al mundo entero con tu bondad, con tu gracia, con tu benevolencia, con tu misericordia, que das pan a todo ser, pues eterna es tu misericordia… [...] Permítenos agradecerte, oh Señor, por tu alianza que sellaste en nuestra carne...”


Esta Alianza está referida a la primera Alianza que Dios hizo con Abraham (Gn 17, 2-4), cuya señal en la carne fue el signo de la circuncisión y que fue promesa y prefigura de la Alianza que iba a hacer con su descendencia: “Y estableceré mi alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo el Dios tuyo y el de tu posteridad” (Génesis 17, 7) cuando el pueblo recibió las Diez palabras en el desierto. En esta Alianza del Sinaí Dios se comprometía a llevar a los hijos de Israel a la Tierra Prometida, si ellos por su parte observaban sus mandatos que acababan de recibir.


Fue el momento por tanto propicio de Jesucristo para dar pleno significado y sentido a este momento culminante y definitivo. Este cáliz ya no será más el cáliz de la ‘Antigua Alianza’, que fue incumplido constantemente por el pueblo. Es el nuevo cáliz de la nueva Alianza que él si cumplirá de manera definitiva: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc. 22, 20). En esta Alianza no es necesaria la sangre de víctimas, necesaria como era costumbre para sellarla, porque Él es la víctima de propiciación que se ofrece voluntariamente, para, sin nosotros merecerlo, llevarnos a la Tierra Prometida, el cielo.


Con esta copa de la bendición Jesucristo va a significar y perpetuar el triunfo de la Resurrección, de la vida sobre la muerte. Las uvas con las que se hace el vino nos evocan la tierra prometida, pues son uno de los frutos que encuentran los que envió Moisés a explorar la Tierra que iban a tomar en posesión. El vino además, signo de alegría y felicidad, es la expresión gozosa de la nueva tierra que nos espera en la Vida Eterna, donde ya no habrá llanto ni luto: “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Apocalipsis 21, 4).


En este sentido hay algo fundamental: Cristo no se hace presente, realmente, en unas especies eucarísticas para ser simplemente ‘visibilizado’. Hay un mandato directo: ‘Comed (...) Bebed todos...’ . Con el paso de los siglos el comulgar dentro de la Eucaristía fue perdiendo su significado más profundo, ¡cuando originariamente era el centro de la liturgia! y se le dio mayor importancia a la visibilización del hecho, de tal manera que se consideraba que uno había participado en la celebración si había presenciado la elevación de las especies en el momento de la consagración. La Iglesia se dio cuenta de esta deriva y decretó comulgar, al menos, una vez al año, precisamente por Pascua de Resurrección. También había perdido la comunión con la cáliz, que si conservaba la Iglesia Ortodoxa y las iglesias de rito oriental. Las palabras de Jesucristo en la Última Cena pertenecen al género profético: indican una acción significante y se consideran ‘eficaces’. La consecuencia de comer (comulgar) este pan y vino consagrados no es signo de purificación, sino de ‘transformación’ en lo que se refiere a la vida: Participar de esta Copa de Jesucristo, bebiendo de ella, supondrá beneficiarse de esta Alianza divina. No es una mera cuestión simbólica, sino un signo sacramental, que se realiza.


La unidad entre Dios Padre y Jesucristo por el Espíritu Santo quiere transmitirse a través de esta Copa, que representa esta ‘unidad final y definitiva’. Esta Copa, a diferencia del pan que se parte, es una sola, y no puede ‘partirse’. Esta Copa, como la Alianza, es una sola, y a través de ella se invita a toda la humanidad a adherirse por mediación de Jesucristo.




EL CORDERO PASCUAL -


El cordero de Pesaj se debía comer también luego de esta copa de la Bendición, para terminarlo todo, sin que pudiera quedar nada para la siguiente noche. Era por tanto lo último que se hacía en esta fiesta tras la cuarta copa.


El libro del Éxodo proporciona indicaciones detalladas sobre la elección del Cordero que se inmola el día de Pesaj (Ex. 12, 3-6). La víctima debía ser ‘macho’, considerado como la fuente de vida, ‘de un año’, como primicia ("lo guardaréis" - la separación del rebaño como señal de santificación. cf. Ex 12,5-6). y ‘sin defecto’, es decir, ‘inmaculado’ a fin de que sea aceptable a Dios. El término que se utiliza en la Escritura para definir ‘sin mancha’ es ‘tamim’, que se empleará sucesivamente en el Antiguo Testamento para denominar las víctimas sacrificiales, que tenían que ser ‘perfectas’. Este mismo término se utilizará para describir al ‘hombre justo e inocente’ (Gn. 6,9; 17,1; Dt. 18,13; 2 Sam. 22,24.26). Esta víctima inocente, pura, nos recuerda precisamente a nuestro Cordero Pascual: Jesucristo.


La perfección de este animal radica en que es un animal manso, que no se revela ante quien lo inmola. Jeremías e Isaías habían ya profetizado que el Siervo de Yavhé sería este “Cordero manso, llevado al matadero” (Jer. 11, 19; Is. 53, 7).


Es muy importante este detalle, el de ‘no resistirse al mal’ porque forma parte del centro de la predicación de Jesucristo en el Sermón de la montaña, y tiene su origen en Isaac. Dice la tradición rabínica que Isaac no era un niño cuando iba a ser sacrificado, era ya adulto, y como tal podría haberse revelado o resistido. Según el Targum Abraham e Isaac se dirigían al Monte Moria (donde posteriormente se situó el Templo de Jerusalén) con un ‘corazón perfecto’. Esta perfección de Isaac no se debía a sus buenas obras, sino a la intención de su corazón, y a su ofrecimiento totalmente libre a la Pasión. Dios es quien escruta y juzga cada corazón: “Él rechaza sacrificios vanos y vacíos, pero ama el corazón quebrantado y humillado” (Sal. 51, 17). Isaac será por tanto imagen y prefigura de Jesucristo, como decimos en cada Eucaristía: “Cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada…”. En La Misná (Tamid 4,1) se explicaba de modo minucioso cómo se tenía que atar al Cordero en la ofrenda para inmolarlo. Jesucristo ha sido atado también a la cruz (Jn. 18,12), como este Cordero pascual que inmolaba cada familia. Era además el único momento del año donde un judío laico, padre de familia, podía sacrificar un cordero. Debía llevarlo a Jerusalén para hacer allí mismo, en el Templo donde estuvo Abraham, el sacrificio, por lo que en Pesaj, cada judío, era elevado a la dignidad de Sacerdote, del mismo modo que los bautizados en la sangre del Cordero, hemos sido constituidos como pueblo de Sacerdotes.


En este sacrificio del Cordero cada israelita estaba llamado a sentirse como Abraham y como Isaac, ya que según un principio rabínico: “lo que les ocurre a los padres es un signo para los hijos”.


En lo sucesivo, el sacrificio del cordero de Pésaj se siguió celebrando cada año, en recuerdo de aquel ofrendado en Egipto. (cf. Ex 12,14).


Con la destrucción del Templo de Jerusalén, cuando forzosamente quedó abolido el culto de sacrificios en el pueblo de Israel, dejó de celebrarse el rito del cordero pascual, por lo que actualmente los judíos no comen el cordero pascual. Solo queda hoy un recuerdo simbólico del mismo, el trozo de hueso con carne asada que se coloca en al fuente alegórica de la noche del Séder.


En aquel cordero Pascual estaba prefigurado el Cordero de Dios inmaculado que quiso sacrificarse en la cruz y se nos ofrece por alimento en la Eucaristía. Como el Cordero Pascual libró a los israelitas del Ángel exterminador que traía la muerte, así Jesucristo nos rescató del poder de Satanás y de la muerte eterna. En la cruz Jesucristo recibió vinagre en una esponja cogida a una rama de ‘hisopo’ (Jn. 19,29). Este mismo ‘hisopo’ será con el que los israelitas utilizarán las puertas con la sangre del Cordero (Ex. 12,22). Por último, como ocurría con el cordero pascual, a Jesús en la cruz no le quebraron ningún hueso (Jn. 19, 33-36).


Ya en el Nuevo Testamento Jesús es identificado antes de comenzar su misión con el ‘Cordero’: “He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1,29); Y en otro pasaje dice: “fuisteis redimidos, no con cosas corruptibles, plata u oro, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de Cordero sin tacha y sin mancha” (1ª Pe.18-19), (Hech.8, 32).


Todas estas tradiciones, que se han cumplido en Jesús, estaban vivas en la época del segundo Templo. Los Padres de la Iglesia en seguida las pudieron identificar, como resume Melitón de Sardes en su homilía pascual.


“El cordero, dice San Cirilo, se entiende, según la ley, como un sacrificio puro e inmaculado; mas los cabritos son ofrecidos siempre en el altar por los pecados. Esto mismo lo encontrarás en Cristo. Pues Él era también como un sacrificio inmaculado, que se ofrece a sí mismo al Dios y Padre en olor de suavidad (cf. Efe.5, 2) y que fue degollado como un cabrito por nuestros pecados. Después de inmolado manda untar con la sangre las puertas y el dintel de las casas (Ex. 12,7); con lo cual no quiere significar otra cosa, a mi parecer, sino el que fortifiquemos nuestra casa terrena, esto es, nuestro cuerpo, con la sangre adorable y preciosa de Cristo, apartando la muerte causada por la transgresión con la participación de la vida. Pues vida y santificación es la participación de Cristo” (Acerca del sacrificio del cordero n.2, Textos Eucarísticos primitivos)



HACED ESTO EN MEMORIA MÍA -


Es muy importante entender qué significa este término para comprender la profundidad y grandeza de lo que va a ocurrir en la Última Cena, porque las palabras que utilizará Jesucristo hay que entenderlas dentro del contexto de la Pascua judía, ya que Jesús era judío e iba a celebrar la fiesta más importante de su pueblo. Por eso, para entender la Pascua que Jesucristo va a celebrar es necesario entender el ambiente en el que ha nacido esa Pascua y cómo Dios la ha manifestado.


La Pascua, para Israel, es Dios presente en su actuar que salva. Es un sacramento que hace presente a Dios esa noche, que pasará para está liberar a todos los comensales que se encuentren, en ese preciso momento, en la esclavitud. Sobre la mesa va aparecer la alianza, la ‘Berít’, y toda la historia de Israel. Y este Dios que intervino se manifiesta, hoy, de nuevo, no es un simple recuerdo. Es un memorial que hace presente a Dios ahora, en el mismo momento que se celebra.


Hay por tanto un día, un momento, una hora concreta donde Dios va a actuar. Esta ‘hora’ es muy importante, porque está presente en toda la Escritura. Jesucristo en varios momentos de su vida habla de esta hora. En las bodas de Caná dirá a su madre: “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn. 2,4). Todos interpretan que Cristo se refiere a que todavía no es el momento de comenzar a hacer milagros… ¡pero Jesucristo está hablando implícitamente de la Pascua! No ha llegado la hora de transformar la verdadera agua, la muerte, en vino, la vida inmortal. En varios momentos Jesús dirá a sus discípulos que “aún no había llegado su hora” (Juan 7,30; 8,20), pero en un encuentro con Escribas y Fariseos en el Templo dará una pista sobre este momento: “Abraham vio mi día, y en Isaac se alegró” (Jn. 8, 56). ¿Cuál es este día? ¡Es la Pascua! El día de destruir la muerte, como experimentó Abraham cuando nació Isaac, que vio que Dios tenía poder de engendrar la vida, su hijo Isaac, del seno muerto de su mujer Sara. Abraham vivió en su propia carne la Pascua de Jesucristo, experimentó el poder de la Resurrección del Mesías. Por eso Isaac es una imagen completa de Cristo.


Para los hebreos este día de Pascua es el día del ‘memorial del paso de Yavhé’: “Este será un día memorial para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre" (Ex. 12,14). En hebreo la palabra memorial, “Zikkaron”, tiene un significado distinto al que podemos atribuir como ‘memoria’ o ‘recordatorio’ en nuestro lenguaje. Para Israel este término lo explica Rabbí Gamaliel, un rabino del Siglo I d.C, en una cita que está contenida precisamente en la Haggadá y también en la Misná (Pesajim 10,4): “En cada generación, cada uno debe considerarse como si él mismo hubiera salido de Egipto, porque el Santo, Bendito Sea, no liberó solamente a nuestros padres, sino que con ellos nos liberó también a nosotros”.


Por tanto, en la noche de Pesaj, cada judío debe considerarse protagonista de la historia de la salida de Egipto, como si Dios hiciera actual, en su vida, el milagro de la liberación. Este ‘memorial’ no es un simple recuerdo, un acontecimiento que ocurrió y que con emoción recordamos, sino que expresa una actualización presente, un hecho que está ocurriendo ahora, y que estamos viviendo en la asamblea, porque el Señor es un Dios vivo, que continúa hoy, ahora, su historia de Salvación. Dicen los judíos que en cada generación aparece un Faraón que los oprime, y Dios renueva los prodigios de su paso para liberarlos. Además “Zikkaron” no es solamente que una memoria del hombre, sino que Dios también hace memoria de su promesa en favor de su pueblo. También la sangre del Cordero pascual se llama “Zikkaron”. Es un signo, puesto sobre las jambas de las puertas que salvará a Israel (Ex. 12, 7.22). El libro del Apocalipsis, recordando este momento, también subrayará la importancia de la sangre del Cordero que es Cristo, que lava y redime a los Elegidos (Ap. 7, 14).


En la tradición judía además hay una relación entre la sangre del Cordero pascual y la sangre que ofrece Isaac. Dice un Midrash que la sangre que ve Dios en las jambas es la sangre de la ‘Aquedah’ de Isaac. También esta sangre es un memorial, porque es la de un ofrecimiento voluntario -como Jesucristo- a Dios de todo su ser. La ‘Aquedah’ de Isaac, que ha pasado a nuestra Pascua, es un memorial por el que gracias a su mérito y al hecho de que Dios se acuerda de ello como memorial perenne, la salvación se hace actual para Israel, especialmente en la hora de la angustia.


Esta sangre del cordero es con la que Moisés rociará al pueblo diciendo: “¡Esta es la sangre de la Alianza!” (Ex. 24, 8). Ahora la sangre de Cristo, nuevo Isaac, Cordero de Dios, derramada por los hombres, será la de la nueva Alianza.


En la última Cena Jesucristo repetirá la misma terminología que su pueblo: “Haced esto en memoria mía” (Lc. 22,19). La Eucaristía se convertirá por tanto en un memorial de salvación. Pero no es solamente memoria, recuerdo, como consideran los Protestantes. Es verdaderamente actualización del misterio pascual de Cristo. En ella Jesucristo, presente realmente en su cuerpo y su sangre, “arrastra”, “hace pasar” a los que creen en Él, hacia su reino.



LA VENIDA DEL MESÍAS -


Y para concluir este trabajo quisiera terminar con uno de los aspectos propios de la Pascua judía. En ella esperan precisamente la aparición del Mesías.


Como veíamos al principio en el Poema de las cuatro noches referido por el Targum a la Pascua, la cuarta noche es la de la venida del Mesías, el Nazir de Dios. Dice el Targum que en la cuarta noche el mundo llegará a su final para disolverse. Los yugos de hierro serán demolidos, y las generaciones perversas arrasadas. Moisés saldrá de mitad del desierto, y el rey Mesías vendrá de los alto. Es la noche de Pascua, para la liberación de todas las generaciones de Israel.


En el Talmud de Babilonia se encuentra la misma relación entre Creación, Éxodo y nueva Creación: En el mes de Nisán, se afirma, ha ocurrido la Creación del mundo y la liberación de Egipto, por lo que también se producirá la salvación futura.


Por esta razón, la noche de Pesaj es la de la espera del Mesías, una noche cargada de gran significado escatológico. Esta tensión ya lo atestiguan Jeremías (Jer. 38,8) donde indicaba que la salvación y la reunión del pueblo del Exilio habían tenido lugar en la fiesta de Pascua. En esta noche se concentran todas las esperanzas de salvación y liberación del pueblo. Todos los salmos Halel, parte de la liturgia doméstica, son enormemente ricos en referencias mesiánicas.


Esta tradición judía de la espera del Mesías en una noche Pascual es conocida ya por San Jerónimo: “Es tradición entre los judíos que el Mesías tiene que venir a medianoche, a semejanza de los tiempos de Egipto, cuando se celebró la Pascua y vino el Exterminador, y pasó el Señor sobre las tiendas y fueron consagradas con la sangre del Cordero las jambas de nuestras puertas” (In. Matth IV, 25,6 - San Jerónimo, obras completas).


Para subrayar esta tensión mesiánica, es tradición dejar en la mesa una silla de más vacía, ‘para el profeta Elías’ quien se espera aparezca con el noticia de la llegada del Mesías, tal como indicaba el profeta Malaquías: “He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible" (Mal. 3, 23).


Según Malaquías el motivo del retorno de Elías será para ‘hacer volver los corazones’ de los padres y sus hijos, unos a otros. En otras palabras, el objetivo será la reconciliación. En el Nuevo Testamento, Jesús revela que Juan el Bautista era el cumplimiento de la profecía de Malaquías: "Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir" (Mt. 11,13-14). Este cumplimiento se menciona también en Marcos 1,2-4 y Lucas 1,17; 7,27.


El relato de Mateo 17, 10-13 está específicamente relacionado con las palabras de Malaquías: "Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron… Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista".


La promesa del retorno de Jesucristo es un elemento central en la anunciación del Nuevo Testamento, y San Pablo lo recuerda continuamente. Conceptos como ‘día del Señor’, ‘día de Cristo’, ‘futuro de nuestro Señor’, ‘revelación de la gloria de Cristo’, ‘aparición’ y ‘venida de Cristo’ se refieren siempre al mismo acontecimiento: Cristo vendrá nuevamente y tomará consigo a los suyos de entre los muertos y los vivos. Este acontecimiento no es el juicio final, sino que Él volverá por la novia de Cristo para llevarla a las bodas del Cordero (Ap. 19:7).


Esta esperanza en la venida del Mesías ha pasado también de manera íntegra a nuestra Pascua, y por tanto a nuestras Eucaristías. En la celebración Pascual estamos esperando la segunda venida prometida de Jesucristo, que se hace ansiosa y perenne cuando cantamos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ¡Ven Señor Jesús!

¡Maranatha!




BIBLIOGRAFÍA



Dayenú - Haggadah shel Pesaj - Los orígenes de la Eucaristía - J.A Sobrado - 2003 - Biblioteca para la nueva evangelización.

Ritos y símbolos judíos - S. ph de vries - Caparrós editores - 1932

Las fiestas judías y el Mesías - Francesco Voltaggio - BAC - 2019

Un judío llamado Jesús - Marie Vidal - Colección Teshuva - Ediciones Grafite - 2003

Oh noche realmente gloriosa - Mariolina Coghe - Edibesa

La fracción del pan - Léon Dufour - Ediciones Cristiandad - 1983

La Pascua de nuestra salvación - P. Raniero Cantalamessa - 2006 – San Pablo, Madrid.

Catequesis de Carmen Hernández sobre el Seder Pascual - Directorio Catequético del Camino Neocatecumenal - Catequesis iniciales para la convivencia del Camino Neocatecumenal - 1972



Jacob Bellido Recoder - Pascua 2020


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