La celebración de la Pascua, o Vigilia Pascual, que es el centro de la vida de la Iglesia y madre de todas las Vigilias, como rezan los textos de la Iglesia Primitiva, hunde sus raíces más profundas en la Pascua hebrea, celebrada en un ambiente festivo durante toda la noche como memorial de la salida de Egipto, está en grave peligro dentro de la Iglesia. La celebración más importante del año se ha convertido, desde la recuperación que propició el Papa Pio XII, en una Misa vespertina de hora y media -en el mejor de los casos-, con escasa presencia de fieles, especialmente en occidente... la Semana Santa se ha convertido en el oasis vacacional de primavera y no en el centro de la vida de los cristianos, donde los signos sacramentales, como la celebración del bautismo, son ritos completamente excepcionales.
El Camino Neocatecumenal ha conseguido mantener la fuerza de esta costumbre antigua que recuperó Pio XII en 1951 tras siglos de ostracismo, y que promovió muy especialmente el Concilio Vaticano II con la reforma de la Sagrada Liturgia, dándole la dignidad que merece, y viviéndola como lo que és: una vigilia nocturna, de oración y espera escatológica durante toda la noche, donde los fieles permanecen unidos en oración hasta el 'lucero de la mañana' como canta el Pregón Pascual.
Sólo la recuperación de la belleza del signo de estar toda la noche esperando podrá infundir en la Iglesia una nueva vitalidad para hacer frente a los retos de la secularización en este Tercer Milenio. Es la Vigilia Pascual el centro, la base, el fundamento de toda la renovación eclesial, pastoral y sacramental que la Iglesia necesita para volver a la fuerza que tuvo la Iglesia primitiva en medio de un mundo pagano. Este artículo pretender infundir la conciencia de esta importancia siguiendo lo que marca uno de los documentos más importantes al respecto, la Carta Paschalis Sollemnitatis de la Congregación para el Culto divino de 1988.