miércoles, 21 de noviembre de 2018

La comunión en la mano según la Conferencia Episcopal Argentina

Reproducimos a continuación un Subsidio de la Comisión Episcopal de Liturgia para una catequesis con ocasión de la introducción de la disciplina de la comunión en la mano publicado por la Conferencia Episcopal Argentina en 1996 que puede ser de ayuda para entender esta forma de comulgar recuperada por el Concilio Vaticano II y que fue la habitual durante los primeros siglos de la Iglesia, como así lo atestiguan los textos y las tradiciones de las Iglesias orientales con sus antiquísimos ritos y sobre la que en algunas ocasiones se observan dudas y reservas por quienes la consideran una práctica inventada e irreverente.






PRESENTACIÓN

Aunque la introducción de la disciplina de la comunión en la mano como posibilidad ofrecida a la libre elección de los fieles cristianos no sea una "noticia" de primera página, sin duda constituye un signo de crecimiento de la vida eclesial que ve fructificar la teología del sacerdocio bautismal de los fieles. Por ello: ¡damos gracias a Dios!

El presente subsidio que la Comisión Episcopal de Liturgia ofrece como aporte para la catequesis que ha de acompañar esta puesta en marcha responde al pedido de la 71a. Asamblea de la Conferencia Episcopal Argentina al resolver, el 26 de abril próximo pasado, solicitar a la Santa Sede que tenga a bien permitir la distribución de la Sagrada Eucaristía en la mano a los fieles que así lo deseen.

No se trata de un trabajo erudito, sino de una presentación simple de algunas verdades relacionadas con el Misterio de la Eucaristía que consideramos útiles para acompañar este momento de la vida eclesial de nuestro pueblo.


Comisión Episcopal de Liturgia


I- PARA SEGUIR CRECIENDO EN LA FE

La posibilidad de recibir, de parte de los fieles que así lo deseen, la Sagrada Eucaristía en la mano y de llevar a la boca el Pan Eucarístico "debe contribuir para aumentar en cada uno de los cristianos, el sentido de su dignidad de miembros del Cuerpo Místico de Cristo, en el cual están insertos por el Bautismo y por la gracia de la Eucaristía, y también acrecentar su fe en la gran realidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor, que ellos tocan con sus manos".1

La Conferencia Episcopal Argentina, respondiendo a la solicitud de los Obispos de algunas regiones pastorales de nuestra Patria, decidió durante su 71ª la Asamblea Plenaria realizada en San Miguel (22-27de abril de 1996) elevar a la Santa Sede la solicitud para permitir que en el territorio de nuestra Patria se pueda distribuir la Sagrada Eucaristía en la mano a los fieles que así lo deseen.

Esta decisión intenta ofrecer una opción, no imponer una disciplina. Son los fieles cristianos, "partícipes en el oficio sacerdotal, por el que Jesús se ha ofrecido a sí mismo en la cruz y se ofrece en la celebración eucarística por la salvación de la humanidad para gloria del Padre",2 quienes han de expresarse como "adoradores" que en "la participación consciente y activa en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia" expresan y celebran su fe con la "máxima reverencia y tratan a la Sagrada Eucaristía con prudencia suma", como lo hacían nuestros hermanos cristianos de los primeros siglos de la historia de la Iglesia.

No olvidamos en este momento; es más, lo recordamos especialmente, que la Eucaristía "es el don más grande que, en el orden de la gracia y del sacramento, el divino Esposo ha ofrecido y ofrece sin cesar a su Esposa"...3 Un don que "nos obliga tanto más profundamente porque nos habla, no con la fuerza de un rígido derecho, sino con la fuerza de la confianza personal, y así exige correspondencia y gratitud"4.

Los Obispos argentinos han insistido en que ésta debe ser una ocasión para ofrecer "una oportuna catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento"5.


II - EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA

Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor" 6.

La Eucaristía es el signo, el alimento y la culminación de nuestra vida cristiana porque "contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" 7.

"En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por la palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo" 8.

Desde los orígenes, los cristianos celebraban la Eucaristía en fidelidad al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "Hagan esto en memoria mía" 9.


La Eucaristía

* Es el sacrificio de alabanza por el que toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo10.

* Es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su cuerpo;11 es el sacrificio de Cristo y de la Iglesia.

* Es el sacramento de la presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo.

Escuchemos a la Iglesia enseñarnos estas verdades en su Catecismo:

"Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros12, está presente de múltiples maneras en su Iglesia13: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" 14, en los pobres, los enfermos, los presos15, en los sacramentos de los que El es autor, en el sacrificio de la Misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" [...] 16.

"El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" 17. En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" 18. "Esta presencia se denomina «real», no a título exclusivo, como si las otras no fuesen «reales», sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" 19.

Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y en la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión".

Así, san Juan Crisóstomo declara que:

"No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas" 20.

Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión:

"Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición, la naturaleza misma resulta cambiada... La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela" 21.

La Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación 22.

"La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo" 23.



III - LA COMUNIÓN: TOMEN Y COMAN ESTO ES MI CUERPO..."24

La sublimidad de estas verdades que hemos presentado, no alejan a Cristo Eucaristía de cada uno de los cristianos -¡todo lo contrario!-, deben acercamos más a él. Es más, es el Señor mismo quien "nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes»" (Jn. 6, 53)25.

En la lógica de descubrir, recibir y responder a este "don que nos habla con la fuerza de la confianza personal," debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. "San Pablo exhorta a un examen de conciencia: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual y coma entonces el pan y beba el cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» (1 Cor. 11, 27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar" 26

Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones, comulguen cuando participen en la misa: "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el Cuerpo del Señor" 27.

Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia28. Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped29.

Ahora bien: ¿Por qué "también la comunión en la mano"?



IV - COMO LOS APÓSTOLES, COMO LOS DISCÍPULOS, COMO LOS PRIMEROS CRISTIANOS

La comunión en la mano no es una novedad. Sólo volveremos a hacerlo como los Apóstoles, los primeros discípulos y, casi por mil años, todos los cristianos. Era el modo común y normal de recibir la Eucaristía. En las Iglesias occidentales permaneció por lo menos hasta el siglo IX; en Oriente lo practican aún en nuestros días30.

No es fácil explicar por qué se dejó de comulgar recibiendo la Eucaristía en la mano. Entre las razones, los historiadores mencionan el miedo de la profanación de la Eucaristía por parte de los herejes o las prácticas supersticiosas, o la idea de que poner la comunión en la boca acentuaba el respeto y la veneración de la Eucaristía, etc.

Los Concilios regionales empezaron a establecer esta práctica como normativa. Así en París en el año 829 y en Rouen, en el 878, hasta que este modo de hacerlo fue la norma común para recibir la Eucaristía por parte de los fieles31.

A fines de 1968, la Santa Sede hizo una consulta a los Obispos del mundo acerca del tema de la comunión en la mano. Más de un tercio veía la posibilidad con buenos ojos. En 1969 la Instrucción Memoriale Domini estableció que, donde lo creyeran conveniente las Conferencias Episcopales, por más de dos tercios de votos de sus Obispos, se podía dejar a los fieles la libertad de recibir la comunión en la mano. Se solicitaba, sin embargo, salvaguardar siempre la dignidad del sacramento y efectuar una oportuna catequesis al respecto.

Ahora nos alegramos de retomar esta genuina tradición de poder recibir la comunión también en la mano.

Son muchos los escritos que atestiguan esta antigua praxis. Entre los más significativos se puede citar el texto de las Catequesis mistagógicas de san Cirilo, obispo de Jerusalén (313-386), que describe la comunión de los adultos bautizados en la noche de Pascua, quienes participan por primera vez de la Eucaristía:

"Cuando te acerques, no lo hagas con las manos extendidas, o los dedos separados, sino haz de tu mano izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey, y luego con la palma de la mano, forma un recipiente, recibe el Cuerpo del Señor y di "Amén". En seguida santifica con todo cuidado tus ojos con el contacto del Sagrado Cuerpo y súmelo, pero ten cuidado de que no se te caiga nada: porque lo que tú pudieras perder es como si perdieras uno de tus miembros. Si te dieran unas limaduras de oro, ¿no las tomarías con el máximo cuidado, prestando atención a que no se te cayese ni se te perdiese nada? Y ¿no debes cuidar con mucho mayor esmero que no se te caiga ni una miga de lo que es más valioso que el oro y las piedras preciosas?"... (5, 21 ss.).

San Cirilo habla también del modo de recibir la Sangre de Cristo comulgando del cáliz. El creyente que se acerca a recibir el vino consagrado debía hacer una inclinación, un acto de adoración y veneración. San Agustín habla de una reverencia y consiste también en una inclinación32, y se comulga de pie, ya que ésta era la postura de cristiana dignidad delante de Dios.

Una descripción análoga a la de san Cirilo nos trae Teodoro de Mopsuestia (ca 352-ca. 426):

"Cada uno de nosotros se acerca, con los ojos bajos y las dos manos extendidas. Con las manos extendidas se reconoce la grandeza de este don que está por recibir. Con la derecha extendida se recibe el Pan que es dado; pero debajo de la derecha pone la izquierda, revelando de este modo un gran respeto"33

Estos textos revelan siempre un gran respeto por la comunión.

La hostia consagrada no era puesta sobre la lengua; era difícil hacerlo así, dado que en aquel período, tanto en Oriente como en Occidente, se utilizaban para la Eucaristía los panes fermentados que los fieles habían traído para las ofrendas.

En relación a esta forma ritual nació el uso de lavarse las manos antes de participar en la Eucaristía. Esto se hacía en casa, o en las fuentes a la entrada de las iglesias. Las manos limpias, para recibir a Cristo, debían ser signo de un corazón puro y de un alma limpia de pecados. Y, como escribió en el siglo IV Juan Crisóstomo, no tiene sentido purificar con cuidado las manos que puedan tocar al Señor, si se deja manchada el alma que recibirá totalmente el Cuerpo del Señor. El que comulga debe tener las manos lavadas y el corazón purificado34.

La historia del modo de comulgar manifiesta que la Iglesia junto con sus fieles procuraron siempre el respeto por el Cuerpo de Cristo.

Podemos preguntarnos tal vez cuál de los dos modos de comulgar sea el mejor o el preferible. La liturgia nos enseña que no se puede afirmar o priorizar que un modo sea mejor que otro. No se trata tanto de ver cuál es el modo mejor. Lo fundamental es el respeto personal a la Eucaristía y lo que cada una de estas formas de comulgar puede expresar. El punto de partida para una reflexión sobre el modo de comulgar debe ser la fe en la Eucaristía. Y esto es lo prioritario en la elección de cualquiera de las dos formas. Se trata de recibir el Cuerpo del Señor.

El papa Juan Pablo II, en su carta del 24 de febrero de 1980 sobre el misterio y el culto de la Santísima Eucaristía, Dominicae Cenae, número 11, hace referencia a la práctica de la comunión en la mano adoptada en muchos países a pedido de las Conferencias Episcopales y con autorización de la Sede Apostólica. Se lamenta el Santo Padre de que en algunas partes haya falta de respeto hacia las especies eucarísticas, y que los Pastores no velen lo suficiente sobre el comportamiento de los fieles respecto a la Eucaristía. Sin embargo, aclara que con su carta no quiere referirse a las personas que, en los lugares donde se comulga en la mano y con autorización, reciben al Señor Jesús en la mano con espíritu de profunda reverencia y devoción35.

La perspectiva antigua, que la Iglesia nos permite redescubrir, planteaba la cuestión en estos términos: el respeto y la adoración están en primer lugar en la actitud humana y espiritual de quien recibe el Cuerpo de Cristo. Pastoralmente, el signo y el tipo de praxis debería responder tanto a la perspectiva antigua como a la sensibilidad del hombre de hoy.



V - EL LENGUAJE DEL CUERPO, EL LENGUAJE DE LAS MANOS

Más de una vez no utilizamos importantes posibilidades en la celebración y, lamentablemente, ponemos el acento en lo conceptual y dejamos de lado lo simbólico. Los gestos que son más fáciles y sencillos de comprender de acuerdo a la liturgia son muy importantes en cada celebración. Valorarlos forma parte del esfuerzo pastoral cotidiano y del servicio que le debemos al Pueblo de Dios.

En esta línea hay que ubicar la posibilidad nueva para la Iglesia en la Argentina de recibir la comunión en la mano. Más allá de cualquier otro argumento en relación a la forma de recibir la Eucaristía hasta ahora habitual, hay razones antropológicas que ofrecen formidable apoyo para esta catequesis. Sería un error enseñar sólo el rito que podría utilizarse para esta modalidad. Esto sería quedarse sólo en las rúbricas.

Para superar una concepción que nos lleva a pensar en la menor dignidad de lo corporal, en la inferior calidad de las manos, de los ojos... de los gestos de un bautizado laico, es bueno retomar las enseñanzas de la teología de la Encarnación.

El lenguaje del cuerpo, de las manos... es la expresividad de quien ha sido asumido por Jesús, sacerdote o laico, desde el Bautismo, de distinta manera, pero por la misma Encarnación.


A. El estilo de la Encarnación

De esta manera:

"Los relatos neotestamentarios de la institución de la Eucaristía reflejan, en su simplicidad y concisión, la simplicidad de los gestos de Cristo en la última Cena y de aquellos de los primeros cristianos en sus celebraciones eucarísticas. El pan eucarístico es partido, distribuido, comido, como se parte, se distribuye y se come el pan...; gestos normales, gestos de todos los días, transformados en una realidad maravillosa y divina, transformados por voluntad de Cristo en sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

Es el "estilo" que Dios quiso adoptar en su encuentro con la humanidad: un modo de hacer que se expresa cumplidamente y se resume en la Encarnación: "En el Principio existía el Verbo, y el Verbo era Dios... todo fue hecho por medio de él... y el Verbo se hizo carne y vino a vivir en medio de nosotros" (Cfr. Jn. 1). Ahora los hombres pueden ser hijos de Dios, porque el Hijo de Dios se hizo hombre; ahora toda actividad humana puede transformarse en valor de santificación, porque Aquel que es el "Santo" vivió nuestra existencia cotidiana, trabajó con sus manos, comió nuestro pan, lloró nuestras lágrimas... Ahora aun desde el sufrimiento y la muerte alcanzamos redención y vida porque Cristo murió y resucitó.

Dios obró la salvación del mundo y de los hombres viviendo las alternativas de una existencia humana y sirviéndose de las cosas de este mundo. Con Cristo continúa obrando por medio de los sacramentos, según el mismo estilo que inserta el elemento divino, santificante, "sacro", en el mismo elemento humano, común, "profano". El pan que se come todos los días, fruto de la tierra y del trabajo del hombre se transforma en el Cuerpo de Cristo, "de vida eterna" 36.

Todo esto sucede porque hay en nosotros un misterio muy grande: todos compartimos el sacerdocio bautismal.


B. Sacerdocio común y sacerdocio ministerial

Juan Pablo II, recientemente, recogiendo la doctrina conciliar nos lo explicaba así:

El Concilio Vaticano II presenta el concepto de "vocación" en toda su amplitud. En efecto, habla de "vocación del hombre, de vocación cristiana, de vocación a la vida conyugal y familiar". En este contexto el sacerdocio es una de esas vocaciones, una de las formas posibles de realizar el seguimiento de Cristo, quien en su Evangelio dirige varias veces la invitación: "Sígueme".

En la Constitución Dogmática «Lumen Gentium» sobre la Iglesia, el Concilio enseña que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo, pero al mismo tiempo, distingue claramente el sacerdocio del Pueblo de Dios, común a todos los fieles, y el sacerdocio jerárquico, es decir ministerial. A ese respecto merece ser citado enteramente un fragmento ilustrativo del citado documento conciliar:

"Cristo el Señor, pontífice tomado de entre los hombres (cfr. Heb. 5, 1-5) ha hecho del nuevo pueblo "un reino de sacerdotes para Dios su Padre" (Apoc. 1, 6; ver también Apoc. 5, 9-10). Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo, para que ofrezcan a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (cfr. I Ped. 2, 4-10). Por lo tanto, todos los discípulos de Cristo, en oración continua y en alabanza a Dios (cfr. Hech. 2, 42-47), han de ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cfr. Rom. 12, 1). Deben dar testimonio de Cristo en todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida eterna a quienes se la pidan (cfr. I Ped. 3, 15). El sacerdocio común de los f ieles y el sacerdocio ministerial jerárquico están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan, cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo. Su diferencia, sin embargo, es esencial y no sólo de grado. En efecto, el sacerdocio ministerial, por el poder sagrado de que goza, configura y dirige al pueblo sacerdotal, realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el Pueblo. Los f ieles, en cambio, participan de la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traducen en obras" (LG, n. 10).

El sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común de los fieles. En efecto, el sacerdote cuando celebra la Eucaristía y administra los sacramentos, hace conscientes a los fieles de su peculiar participación en el sacerdocio de Cristo37.


C. Dimensión antropológica del gesto

La posibilidad de recibir la comunión en la mano tiene que ir a la par con la conciencia de la maravillosa dignidad del cuerpo del hombre y de la mujer, del anciano, del joven y del niño que encuentran el coronamiento en el bautizado.

La Iglesia observa, como los padres, la madurez del hijo capaz de llevar el alimento con sus propias manos a la boca. Es el final del gesto del Señor que nace en esta narración evangélica: "tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos y ellos los distribuyeron a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas" 38.

Es muy rico descubrir para la vida del cristiano, desde la teología bautismal-eucarística la profundidad humana que ofrece la Liturgia. Hay un diálogo más que verbal, existencial, entre dar y recibir; aun en las mismas palabras del rito: "El Cuerpo de Cristo" y el "Amén", entre las manos del ministro y las del fiel, entre las manos que ofrecen y las manos tendidas que reciben el Cuerpo del Señor para llevarlo a la boca. Todo ello unido al gesto procesional y al canto realizados pausadamente, han de posibilitar el crecimiento en la fe adorante de nuestros fieles.

Esta catequesis puede concluirse resumiendo el sentido de la dignidad del hombre salvado por Jesucristo. Nada en el hombre, ni la boca más que las manos, sería digno de recibir el Cuerpo de Cristo, si el hombre entero no recibiese esta dignidad como un regalo de Dios: un don gratuito. Por la encarnación del Hijo de Dios, la naturaleza humana creada por Dios ha sido elevada en todo hombre, a una dignidad sin igual 39. Pero más aún por el bautismo Dios hace del hombre un miembro del Cuerpo Místico de Cristo como escribía san Pablo en sus cartas40 y san León Magno enseñaba: "Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, considera de qué Cabeza y de qué Cuerpo eres miembro".

La nueva forma posible de comulgar no ha de ser exclusivamente la renovación de un rito. Puede ser, en cambio, la oportunidad para que los cristianos renueven el sentido de la dignidad que han recibido de Dios por puro amor.



VI - INDICACIONES PARA LA APLICACIÓN

a) Libertad de los fieles

Es una opción que nos ofrece la Iglesia. Entonces, no deberá imponerse excluyendo la práctica de recibir la eucaristía en la boca.


b) Necesidad de preparar y acompañar esta forma de recibir la comunión con una adecuada catequesis.

No inducir a un ritualismo con sólo explicar que ahora existe otro modo para comulgar.

Se ha de tender a que crezcamos en la fe y en el amor a la Eucaristía, por lo tanto a la Misa. Se hará lo posible para que entendamos mejor el significado del gesto que lleve a una libre elección por parte de todos. La pluralidad de posibilidades debe darse entre lo legítimo; excluyendo con claridad y con firmeza, pero siempre con bondad, lo antojadizo y anárquico.

La comunidad reunida para la celebración es la familia de Jesús, que sólo es tal cuando hay armonía, respeto mutuo y solidaridad en una sola ley: el amor mutuo.


c) "Con las manos como un trono"

Será educativo distinguir dos momentos:

1) Cuando se recibe la comunión en las manos.

2) Cuando se la lleva a la boca.

Las detallamos a continuación:


1) Los comulgantes no deben sacar directamente la forma eucarística del copón o de la patena. Eso desvirtúa el gesto "dar-recibir"; hace desaparecer la función ministerial y no expresa el "lo dio a sus discípulos. . ."

Es conveniente retomar la antigua tradición llevando la mano izquierda abierta como una patena, sostenida por la derecha; en la izquierda se deja que el ministro deposite la forma mientras dice la fórmula conocida: "El Cuerpo de Cristo" a lo cual el fiel responderá "Amén" .

2) El comulgante toma la forma y la lleva a su boca con la mano derecha, antes de volver a su lugar (las dos filas de la procesión de comunión facilitan el tiempo adecuado para este gesto). No ha de volverse y comulgar de camino o en su banco. Esto ciertamente implica una mínima pausa que no prolonga la celebración.


d) Nuestros niños

Para muchos se plantea la pregunta de cómo proceder con los niños. Creemos que no será difícil explicarles estas normas ya indicadas dada su sencillez y buena disposición.


CONCLUSIÓN

La liturgia también pasa por las manos. Unas manos que dan, que ofrecen, que reciben, que muestran, que piden, que se elevan hacia Dios, que se tienden al hermano, que trazan la señal de la cruz...

Es bueno que haya sencillez, sobriedad y gravedad en la celebración. Pero no lo es que las manos queden como atrofiadas e inexpresivas. No hace falta llegar al éxtasis y a la teatralidad. Pero tampoco es propio de la celebración cristiana que todo lo encomendemos a las palabras, y no sepamos utilizar el lenguaje corporal 41.

Que estas palabras nos ayuden a dar un marco antropológico a esta decisión de la Conferencia Episcopal Argentina que quiere acompañar al Pueblo de Dios en un crecimiento hacia una participación cada vez más consciente, activa y fructuosa en la liturgia cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, fuente de donde mana toda su fuerza" 42.


9 de junio de 1996, en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo


Notas

(1) Instrucción de la Sagrada Congregación para el Culto Divino Memoriale Domini. Carta anexa n. 2, 29/V/1969. EDLP, n. 926.

(2) Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, 14 c.

(3) Juan Pablo II, Dominicae Cenae, (24/11/1980), n. 12; (EDLP, n. 1061).

(4) Idem.

(5) Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Inmensae Caritatis, (29/1/1978), n. 4; EDLP, n. 970.

(6) Catecismo de la Iglesia Católica (CATIC), n. 1322.

(7) Concilio Vaticano II, Presbiterorum Ordinis, n. 5.

(8) CATIC, n. 1333.

(9) I Cor. 11, 24-25.

(10) CATIC, n. 1359.

(11) CATIC, n. 1362.

(12) Rom. 8, 34.

(13) Cf. LG,48

(14) Mt. 18, 20.

(15) Mt. 25, 31-46.

(16) Sacrosanctum Concilium, n. 7; CATIC, n. 1370.

(17) Santo Tomás de Aquino, S. Th. 3, 73, 3.

(18) Concilio de Trento, Dz, 1651.

(19) Pablo VI, Mysterium Fidei, n. 39; CATIC n. 1374.

(20) San Juan Crisóstomo, De Proditione Judae, 1, 6; PG, n. 49.

(21) San Ambrosio, De Mysteriis, nn. 9, 50.52; PL, 16, 405-406; CATIC, n. 1375.

(22) Dz, n. 1642; CATIC, n. 1376.

(23) Cf. Concilio de Trento, Dz, n. 1641; CATIC, n. 1377.

(24) Cfr. Mt. 26, 26.

(25) CATIC, n. 1384.

(26) CATIC, n. 1385.

(27) SC, n. 55; CATIC, n. 1388.

(28) Cf.CIC,c.919.

(29) CATIC, n. 1387.

(30) Para profundizar más pueden consultarse muchas obras: J. Hoffmann, P. Browe, C. Nussbaum (los tres en alemán); A. Bugnini, J. Hermans (ambos en italiano); D. Fernández, "La comunión en la mano", en Vida religiosa n. 4, 1976. Enchiridion Documentación Litúrgica post Conciliar, Regina, Barcelona, ed. 1992. Pero creemos sobradamente suficiente recurrir al "clásico" El sacrificio de la misa, de J. A. Jungmann, BAC, Madrid, 1963, p. 942 y ss.. Creemos importante utilizar la Mysterium Fidei de Pablo VI, (IX, 1965), la Instrucción Memoriale Domini, 29/5/1969 y la Instrucción Inmensae Caritatis, (29/1/1973).

(31) Cfr. J. Aldazábal en Gestos y símbolos, C.P.L. Barcelona 1994.

(32) Cf. Enar. in Ps., 125. 9.

(33) Homilía XVI.

(34) Cf. Homilía 3, 4 in Ef.

(35) Cf. Juan Pablo II, Dominicae Cenae, AAS 72, ( 1980), nn. 11-13; Notitiae n. 16 ( 1980), nn. 125-154; EDIL, 3911-3953.

(36) Cfr. Spunti per la catechesi, a cura dell’Ufficio Liturgico Diocesano di Torino y publicado en La Comunione sulla mano, Elle Di Ci, Leumamn (Torino), pp. 19-20.

(37) Carta de Juan Pablo II a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo, 1996, n. 2, L’Osservatore Romano; edición castellana, n. 12, 22 de marzo de 1996. Publicada en la Argentina por la Oficina del Libro, C. E. A.

(38) Cfr. Mt. 14, 19-20.

(39) cf.GS,n.22,2.

(40) 1 Cor. 3, 16-17; Rom. 8, 25.

(41) José Aldazábal Gestos y símbolos, p. 86, ed.; CPL, n. 40, 3ª edición, noviembre de 1992.

(42) Sacrosanctum Concilium, n. 10.


Siglas y abreviaturas

CATIC: Catecismo de la Iglesia Católica.

CIC: Canon luris Canonici

CPL: Centre de Pastoral Litúrgica (Barcelona).

Dz: Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum quod primum editit Henricus Denziger et quod funditus retractavit auxit notulis ornavit Adolfus Schönmetzer S. 1.

EDIL: Enchiridion documentorum instaurationis Liturgicae.

Enar. in Ps.: Enarrationes in psalmos.

GS: Gaudium et spes.

LG: Lumen gentium.

MF: Mysterium Fidei.

OP: Presbyterorum ordinis.

SC Sacrosanctum concilium.


Este documento fue publicado como suplemento del Boletín Semanal AICA Nº 2068 del 7 de agosto de 1996






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