viernes, 11 de enero de 2019

Los Gestos en la Misa: Significado y tradición en el permanecer de pie en la liturgia

La forma de celebrar la Eucaristía, a lo largo de los siglos, ha experimentado multitud de formas, costumbres y tradiciones que se han ido propagando, manteniendo y evolucionando en los actualmente numerosos y diversos ritos que hoy la Iglesia universal permite y mediante los que celebra el misterio de la salvación de Dios a los hombres. La liturgia en la Iglesia es una fuente inagotable de sabiduría y de acción vivificante de Dios, y está siempre en constante movimiento. Tal como recoge el Catecismo de la Iglesia (nº 1329) a la Eucaristía primitivamente se le denominaba 'Fracción del pan' porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11).

Vamos a intentar desgranar en este artículo la historia y el significado de un signo como es la postura de permanecer de pie en la Liturgia Eucarística, ampliamente integrado en la tradición de la Iglesia primitiva y todavía presente en la totalidad de los Ritos de las Iglesias Orientales.




Existen pocos textos que nos desvelen cómo vivían y celebraban los primeros cristianos la Eucaristía, pero gracias al testimonio de los Padres de la Iglesia como San Justino (165 d.C.) San Cirilo de Alejandría (444 d.C.) o San Ambrosio (340 d.C) podemos descifrar y entender esas costumbres y primitivas tradiciones que, en su naciente contexto judío que es donde nace la Iglesia primitiva tal como reconoce el Catecismo de la Iglesia, serán fundamentales para configurar la manera de celebrar el Sacramento central de la vida cristiana: "Al celebrar la última Cena con sus Apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino" (nº 1340)


No en vano la herencia y espiritualidad del pueblo judío, el pueblo Elegido, en los orígenes de la fe cristiana y su marcada influencia en el nacimiento y desarrollo de nuestros sacramentos, fueron subrayados en el Concilio Vaticano II en la declaración Nostra Aetate, y posteriormente confirmados por los últimos Papas, desde San Pablo VI con su histórico viaje a Tierra Santa, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y actualmente el Papa Francisco.

Particularmente significativas fueron las palabras de Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in Medio Oriente de 2012 donde indicaba: "Jesús, un hijo del pueblo elegido, nació, vivió y murió como judío (cf. Rm 9,4-5). También María, su madre, nos invita a redescubrir las raíces judías del cristianismo. Estos estrechos lazos son un bien único, del que todos los cristianos se sienten orgullosos y deudores al pueblo elegido. Pero aunque el carácter judío del «Nazareno» permite a los cristianos saborear gozosos el mundo de la promesa y los introduce de manera decisiva en la fe del pueblo elegido uniéndolos a él, la persona y la identidad profunda de este mismo Jesús los separa, puesto que los cristianos reconocen en él al Mesías, el Hijo de Dios (...) Los cristianos han acrecentado este conocimiento por la aportación específica dada por Cristo mismo con su muerte y resurrección (cf. Lc 24,26). Pero han de ser siempre conscientes y estar agradecidos de sus raíces. Pues, para que el injerto en el árbol antiguo pueda prosperar (cf. Rm 11,17-18), necesita la savia que viene de las raíces" (nº 20-21)


Por lo tanto, es necesario comprender esta forma de vivir la fe judía y sus fiestas para poder entrar en lo profundo del misterio sagrado, y yendo a las raíces de donde se nutre nuestro ser cristiano podremos conocer y vivir en plenitud el significado e importancia de los signos, los gestos, las posturas, los movimientos y las acciones que se descubren, al estar tan a menudo velados, o sencillamente ignorados, en nuestros sacramentos.



El Cardenal Cañizares, Arzobispo de Valencia, preside una celebración eucarística en la Parroquia de la Epifanía de Valencia.

La Eucaristía es, como recuperó el Concilio en su terminología y así lo recoge el Catecismo, la celebración del misterio pascual: "Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor." (Nº 1330). Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Concilio de Trento: DS 1740) - (nº 1337)

Sin ninguna duda uno de los significados propios de la Eucaristía y de su centro es la adoración al Dios único y verdadero, tal como indica el Catecismo en su nº 2084: "Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: “Yo te saqué del país de Egipto, de la casa de servidumbre”. La primera palabra contiene el primer mandamiento de la ley: “Adorarás al Señor tu Dios y le servirás [...] no vayáis en pos de otros dioses” (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore"


La forma de adorar a Dios del pueblo judío fue transformándose y configurándose a lo largo de su historia, pasando desde el patriarca Abraham, hombre politeísta, impregnado de una forma de adoración propia de las religiones paganas, y que se fundamentaba en el temor del hombre al futuro, plagado de miedos e incertidumbres, por la que había que ofrecer dones, sacrificios y oblaciones que aplacaran la ira de los dioses y le favorecieran, a una forma totalmente nueva fundamentada en el amor. Frente a la acción de Dios en la historia del hombre, éste exulta y proclama su Gloria: "Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (nº 2097).



Por tanto el pueblo de la Elección, que creía en sus inicios que únicamente por las ofrendas que daba estaba adorando a Dios, debe entrar y reconocer en su realidad que su corazón estaba lejos de Él. Israel aprenderá en la historia con las experiencias en el desierto tras la salida de Egipto y con el exilio en Babilonia, que poco tiene que ofrecer a Dios, y comenzará a despojarse de la vaciedad de sus cultos públicos y la manera de adorar que realizaban los paganos, fundamentados en la realización de numerosos ritos, muchas veces carentes de sentido y de valor, pero con la finalidad de 'agradar' a los dioses y así obtener su beneficio. Esta manera de celebrar el culto divino, casi como una acción mercantil, donde el hombre ofrece para recibir algo a cambio, desdibujaba el verdadero sentido látrico, al ignorar que el núcleo de donde procede la perfecta Adoración al Dios vivo no está únicamente en el seguimiento de normas rituales, sino que dicho núcleo será lo que San Pablo predicará como la metanoia, es decir, la conversión, donde se verifica la verdadera rectitud del corazón y la incidencia de Dios en la propia existencia. Israel experimentará la necesidad de purificarse interiormente y entender que bastaba con la acogida sincera y humilde de la voluntad de Dios para poder ofrecer este culto agradable: "Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias." (Sal. 50, 18-19) . También San Pablo nos lo recuerda: "Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual" (Rom. 12,1).


Por lo tanto Israel, como pueblo, desde la primera celebración pascual en Egipto hasta el nacimiento de Cristo, habrá profundizado y aprendido cuál es la perfecta adoración a Dios, que será plenamente anunciada y cumplida para todos los hombres con Jesucristo: "Pero llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad." (Jn 4, 23-24). Por tanto no sólo se adora a Dios cuando se viene al Templo, o mientras se participa en una liturgia o un rito, sino que cada momento de nuestra vida es para adorar a Dios. La adoración es el acto específico de rendirle a Dios la gloria, majestad, honra y dignidad que son suyos. La adoración es un acto de reconocimiento, exaltación y glorificación del nombre de Dios.



Este carácter eminentemente pascual y ciertamente novedoso que circunda la adoración al Eterno en el pueblo de Israel, puesto que la celebración de la Pascua es el centro de la vida de Israel y donde conmemoran que nacen como pueblo, permeó en la naciente Iglesia y en la manera de celebrar la Eucaristía, convirtiéndose la misma en el eje sobre el que crecieron y se desarrollaron también las primeras comunidades cristianas.


Sobre la posición de los fieles en la liturgia a la hora de celebrar los sagrados misterios es preciso subrayar que poco a poco, a lo largo de los siglos, se fue pasando de la manera de vivir el Séder Pascual, que se fundamentaba no en un rito desarrollado en el Templo sino en las casas a modo de vigilia nocturna en contexto de una gran cena festiva, y donde los comensales permanecían la mayor parte del tiempo sentados y se levantaban de la mesa para las berahá (o acciones de gracias) y que son el origen de nuestros Prefacios, a vivir la liturgia de la Eucaristía permaneciendo la mayor parte del tiempo de pie, realizando leves inclinaciones, y en actitudes diversas que incluían también la debida adoración ante la presencia y acción del Señor.


Hay que subrayar que la posición 'rígida' era la postura acostumbrada de los pueblos antiguos durante el servicio religioso y en general ante una persona de autoridad. También los judíos oraban en el Templo y en la sinagoga de pie, con la cabeza descubierta, elevando habitualmente las manos al cielo y con leves movimientos. Los primeros cristianos, en memoria de Cristo y del Apóstol, usaron en sus costumbres rituales el mismo gesto simbólico, pero imprimiéndole un nuevo significado: el sentimiento del ser humano redimido por el sacrificio de Cristo que renace a la vida inmortal "Despierta tu que duermes, levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo" (Ef. 5 ,14), que no es ya más esclavo del pecado, sino libre, por ser hijo de Dios, hacia el cual puede elevar confiadamente sus ojos y manos como a su Padre. Una representación viva de tal postura cristiana en la liturgia es la figura del 'orante', que nos han dejado con profusión los frescos y sarcófagos antiguos en las catacumbas y primitivas iglesias. En ellos, el orante aparece en pie, la cabeza elevada y erguida, los ojos elevados al cielo, y las manos extendidas en forma de cruz.


Que los fieles participaban en la liturgia y adoraban ordinariamente así en los primeros siglos nos lo atestiguan ampliamente los escritores de aquel tiempo, comenzando por Clemente Romano, Tertuliano y San Cipriano, hasta San Juan Crisóstomo, San Ambrosio y San Máximo de Turín (+ 465). El Concilio de Nicea (325 d.C) lo manda expresamente. Dicho Concilio dispuso en su canon 20 que se mantuvieran los fieles de pie durante todo el tiempo Pascual, porque evocaba mejor el sentido festivo de la Resurrección, dado el carácter principalmente penitencial que representaba el estar de rodillas. La oración pública, esto es, la Liturgia, solía hacerse de pie. Por eso en las oraciones del pueblo en la Santa Misa se está habitualmente de pie y el Sacerdote casi siempre está de pie en toda la Eucaristía, especialmente en la plegaria eucarística, centro y cúlmen de la propia celebración. Siempre fue ésta la postura propia del pueblo para hacer oración litúrgica, ya vista desde los mismos judíos en sus celebraciones y rezos en la Sinagoga, mientras se reservaba el arrodillarse para la oración privada, lo que implicaba que en un principio no hubiera asientos (de pie es de pie y no sentados) en las grandes basílicas romanas, y de hecho, así ocurre hoy en algunos sitios que siguen sin tener sillas o bancos para poder sentarse.



Adoración al Santísimo en un Seminario Redemptoris Mater del Camino Neocatecumenal


El gesto de arrodillarse fue en los primeros siglos un gesto típicamente penitencial. Cristo ha trazado el retrato en el publicano del Evangelio, que de rodillas, con la cabeza inclinada y golpeándose el pecho, implora piedad del Señor. La oración de rodillas fue por esto desde el siglo II, característica de los días de estación, dedicados a la penitencia y al ayuno. "En ellos — escribe Tertuliano —, toda oración se hace de rodillas, porque debemos expiar nuestros pecados delante de Dios". El ponerse de rodillas es también la actitud del cristiano cuando en el sacramento de la penitencia confiesa los propios pecados. San Clemente Romano y Hermas aluden ya a esta actitud del pecador en la exomologesis; más aún, Tertuliano deja entender que en África, y quizá también en Roma, la genuflexión fuese acentuada como una postración hasta el suelo. Algunas veces, sin embargo, el ponerse de rodillas es el efecto de una intensa emoción religiosa del alma. Cristo, positis genibus (12) oró de este modo en Getsemaní; San Esteban se arrodilló para unirse a Dios en el momento supremo;


Es por ello que en el tiempo de Pascua a Pentecostés, conmemorativas de la gloria de la Resurrección de Cristo, por una tradición que San Ireneo hace remontar a los apóstoles, estaba absolutamente prohibido arrodillarse y ayunar.


Por otra parte, el poder mirar la Sagrada Forma explica también porqué en la Edad Media en vez de la profunda inclinación durante la consagración o el canon, que mantuvieron las iglesias orientales, los fieles se pusieran de rodillas. No fue acogida esta nueva costumbre sin alguna resistencia por parte del clero, sobre todo de los canónigos, que por ejemplo en Chartres, mantuvieron la postura antigua hasta el siglo XVIII.


Otras formas de demostrar la correspondiente adoración a la Eucaristía era extender los brazos en cruz o levantar por lo menos las manos. La genuflexión simple con una sola rodilla y por un momento, en sentido de adoración, es un gesto relativamente reciente en la tradición de la Iglesia. Aparece por vez primera mencionada en Enrique de Hesse (m. 1397) como costumbre de algunos sacerdotes piadosos. El Misal Romano no la prescribe hasta el año 1498, y fue introducida por primera vez en el Ordo Missae por el ceremoniero romano Giovanni Burchard hacia 1502 e incorporado setenta años más tarde por el Misal Romano de Pío V, quien la universalizó, siendo especialmente conocida en la Iglesia de occidente. Por lo tanto hasta el siglo XVI el gesto de la genuflexión, hoy tan difundido, era desconocido para la liturgia; en su lugar se hacía una inclinación más o menos profunda. La liturgia griega, por ejemplo, junto con otras iglesias orientales, no conocen esta práctica de la genuflexión.




La manera hasta entonces habitual la recoge la rúbrica del Ordinario de Essen del siglo XIII, prescribiendo a los canónigos el modo de comportarse con respecto al Sagrario que custodiaba el Santísimo Sacramento, y que dice: “ Et cum in eundo ad chorum, quam inde revertendo, Sacrarium Corporis Christi transeunt, singulariter caput inclinent in reverentiam Sacramenti” (“Y tanto yendo al coro como volviendo de él, pasan por delante del Sagrario del Cuerpo de Cristo, cada uno incline la cabeza en reverencia del Sacramento”). El XIV Ordo Romano de la primera mitad del siglo XIV, no prescribe otra cosa al celebrante después de la consagración: Quibus (verbis consacrationis) dictis, ipse primo adoret, inclinato capite, sacrum divinum corpus, deinde reverende et attente ipsum elevet in altum (“Dichas estas palabras -las de la consagración-, él mismo en primer lugar adore con la cabeza inclinada el sagrado divino cuerpo, después, con reverencia y atentamente lo eleve en alto”). De igual modo se expresan misales y libros hasta el siglo XV

Por tanto la inclinación del cuerpo como gesto de reverencia y adoración ha sido también un gesto antiquísimo utilizado en la historia de la Iglesia. La cabeza y las espaldas, que en la inclinación se doblan delante de alguno, indican instintivamente un sentido de respeto y de veneración hacia la persona; si se trata de Dios, expresa un sentido de adoración. La liturgia las ha usado y las usa todavía profusamente. El I Ordo romano observa que, dicho el Sanctus, todos, “ episcopi, diaconi, subdiaconi et presbyteri in presbyterio permanent inclinati” (1) y permanecen así hasta la conclusión del canon. Este inclinarse estando de pie o también prosternarse, como se hacía por algunos, no era una veneración de la Eucaristía en nuestro concepto actual, sino más bien un compenetrarse de mística reverencia por la bajada del Espíritu Santo y de los ángeles, mientras con humildad se recogía el celebrante ante el solemne misterio que se cumplía sobre el altar.

Curiosamente la liturgia siro-antioquena, descrita por Narsai de Nísibe a finales del siglo V, y que es un rito católico que ha llegado hasta nuestros días y es actualmente válido, prohibía terminantemente que nadie doblara la rodilla durante los Santos Misterios, porque la genuflexión para ellos representaba el “símbolo del silencio y de la muerte del Salvador y su sepelio en el sepulcro”. También en Occidente, durante la Edad Media, era un gesto desaprobado, porque como se decía, recordaba demasiado la parodia hecha por los judíos contra Cristo. Por eso no se decía nunca genuflectere sino genua flectere (“No se decía “hacer la genuflexión” sino “doblar las rodillas”)



El Cardenal Mons. Paul Joseph Cordes preside una Eucaristía en la Domus Galilea con 200 Obispos de todo el mundo


Análoga disciplina se encuentra en las Reglas monásticas más antiguas del Oriente y del Occidente, según las cuales los monjes, durante la salmodia, debían estar en pie: “Sic stemus ad psallendum, ut mens nostra concordet voci nostrae ” como dice San Benito en el cap. 19 de la Regla. La postura se hacía menos gravosa apoyándose en soportes en forma de tau, en forma de brazuelos ( cambutae ) , que muchas veces se unían a los bancos del coro. La disciplina se conservó con alguna resistencia hasta el siglo XI; en esta época comenzó por vez primera a mitigarse, aplicando a los sitiales del coro unos apéndices (llamados "misericordia") sobre los que se apoyaba la persona sin estar propiamente sentada, hasta que entró la costumbre de sentarse sin más. Aún se permanece de pie durante la mayoría de las oraciones que recita el sacerdote en la Santa Misa.

La posición erguida en la oración, si era para los fieles una práctica vivamente inculcada, para el Sacerdote fue siempre considerada una regla precisa cuando cumplía los actos del culto, es decir, en las funciones de mediador entre Dios y los hombres. Al ejemplo de Moisés, del cual está escrito: “ Stetit Moyses in confractione”. San Juan Crisóstomo observa: “ Sacerdos non sedet sed stat; stare enim signum est actionis liturgicae”. La más antigua representación de la misa en el cementerio de Calixto, del final del siglo II, nos muestra al sacerdote de pie y con las manos dirigidas hacia el tríbadion que lleva las oblatas.

El Catecismo Mayor de San Pío X enseñaba además lo siguiente: "79. ¿Por qué en tiempo pascual se reza en pie? - En tiempo pascual se reza en pie en señal de alegría y para figurar la Resurrección del Señor".

Por tanto, la postura de permanecer de pie en la liturgia Eucarística en momentos como la consagración no es una afrenta ni niega la adoración, dado que "La Iglesia Católica siempre ha ofrecido y ofrece el culto de latria (adoración) al Sacramento de la Eucaristía" (Paulo VI, Mysterium Fidei, 1965, n. 56)], sino que forma parte de la más íntima tradición de la Iglesia, especialmente visible durante el primer milenio. Esta postura de permanecer de pie que expresa esta dinamis en el contexto pascual de la Eucaristía era la habitual en la Iglesia primitiva y durante los primeros siglos de cristianismo, tanto es así que se ha conservado intacta hasta nuestros días en numerosos ritos católicos, como el rito Hispano-mozárabe y otros ritos católicos de las iglesias orientales donde los fieles permanecen de pie durante toda la consagración. Es el caso del rito Maronita del Líbano, el rito greco-católico, el bizantino o el melquita, que son los celebrados por la mayoría de los cristianos en Galilea. Vienen la mayoría de la época de San Juan Crisóstomo, donde las celebraciones son especialmente solemnes, con ornamentos vistosos un sinfín de inclinaciones, bendiciones, y donde los fieles se santiguan constantemente, donde el pan que se utiliza es grande y espeso, no ácimo y perfumado, y donde la liturgia se desarrolla de pie.


Celebración del Rito oriental siro-antioqueno en Israel


En los numerosos Ritos aprobados de las Iglesias Católicas orientales, (tan Católicas como la Iglesia Latina o Romana y litúrgicamente hablando, también por su localización geográfica, más antiguos) vemos como esta posición es la predominante. El hecho de no arrodillarse no puede tomarse como falta de adoración o sensibilidad en la consagración, sino que predomina la visión de la Eucaristía como celebración y actualización del ‘Misterio Pascual’ que se cumple en el mismo Jesucristo: "Porque Cristo es nuestra Pascua" (1ª Cor. 5,7) ya que se celebra no sólo el Sacrificio de la Cruz, sino también a Cristo Resucitado que entra en la Gloria celeste: "Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe" (1ª Cor. 15,14). No se puede considerar por tanto un arqueologismo litúrgico al haber sido una tradición conservada en las pequeñas iglesias orientales (también en las ortodoxas como sabemos) y estar actualmente vigente, siendo además recuperada en el caso tan particular del Rito Hispánico, que desarrollaremos por su interés en otro artículo.

Esto no significa que en los Ritos orientales los fieles no se arrodillen nunca. Existen ciertas fechas y momentos en la misma vida litúrgica en la que es necesario arrodillarse, pero generalmente como signo penitencial de arrepentimiento. En algunos de estos Ritos como en el bizantino el acto penitencial de arrodillarse está bastante limitado únicamente al Viernes Santo durante la liturgia del perdón, y dentro de la Eucaristía el Sacerdote cumple el rito penitencial al pronunciar la Epiclesis, cuando se arrodilla y ofrece el acto en reparación por los pecados, un acto lleno de silencio e interioridad ante la humillación, mientras durante la Consagración, cuando el Espíritu Santo convierta el Pan y el Vino en el Cuerpo y sangre de Nuestro Señor, se da un énfasis especial a la victoria sobre la muerte, representada en la Divina Liturgia por la alegría y el gozo en la reunión de la Comunidad entorno al Sacerdote. En otras ocasiones, durante algunas celebraciones de carácter penitencial el Sacerdote se postra totalmente ante los divinos Dones, mientras la comunidad permanece de pie.Esta manera de expresarse corporalmente en la liturgia no deja de ser simplemente otra forma de celebrar el misterio Divino.


Celebración eucarística en las criptas vaticanas por parte de presbíteros y obispos católicos de rito oriental, con el altar en el centro y permaneciendo de pie a lo largo de la liturgia


Ahora no todas las Iglesias Orientales son Bizantinas, como sucede con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Es un error muy común creer que toda la Liturgia Oriental es idéntica, cuando existen 22 ritos distintos con distintas tradiciones litúrgicas, por lo que no se puede generalizar, dado que son algunas más antiguas que otras y que todavía se conservan, como el caso de la Liturgia Maronita, que se remonta en gestos Litúrgicos a las primeras épocas del cristianismo, cuando los fieles se concentraban alrededor del Obispo para la Divina Liturgia. A diferencia de otras tradiciones, algunas de las cuales fueron superadas o absorbidas por la latinización, o incluso desvinculadas de la Iglesia Católica e incorporadas a las Iglesias Ortodoxas, la Iglesia Maronita nunca se ha separado de la comunión con Roma ya que es una Iglesia de Origen Monacal y con Liturgia Monástica Propia (como el Rito Dominico en Occidente o el Carmelita) pero el problema es que con la Latinización de otras Liturgias muchas quedaron en un ámbito intermedio entre dos partes, por un lado Roma y por el otro los Patriarcados o sedes Apostólicas Ortodoxas que acusan de Uniata a la Iglesia Maronita sin serlo, pues la mal llamadas Uniatas mas bien son Tradiciones Ortodoxas que se decidieron después de estar en cisma a Regresar a la Comunión con Roma. En las iglesias Ortodoxas hay también tradiciones de diversa índole, pero que coinciden en muchos aspectos y gestos, como que en el día de la Comunión no se debe arrodillar, salvo inclinaciones ante el Sudario de Cristo el Sábado Mayor y las oraciones con arrodillamiento el día de Santa Trinidad.

Por tanto, en la Iglesia Católica dos signos lícitos de reverencia y adoración resaltan con fuerza. En la Iglesia Oriental (Ritos bizantinos, maronitas etc.), de mayor antigüedad, una profunda inclinación (desde la cintura) es la forma tradicional usada delante del Santísimo Sacramento y durante la liturgia en momentos solemnes como la Consagración. En la Iglesia Occidental (Rito Romano preferentemente) desde su configuración definitiva en la edad media, doblar una rodilla o las dos rodillas hasta el suelo es la tradición. Esto se ve confirmado en todos los documentos litúrgicos y de hecho es requerido al celebrante principal en el momento de la Consagración y antes de recibir la Comunión. Además están las disposiciones y permisos particulares de cada país y conferencia episcopal, que puede señalar o modificar determinados gestos. Los obispos tienen la autoridad para hacer algunas adaptaciones: En Inglaterra es habitual que los fieles se arrodillen durante toda la plegaria eucarística. En Japón no se suelen arrodillar porque es una costumbre que no es habitual ni tiene arraigo en la cultura. Por contra se inclinan en los momentos centrales de la consagración. En Holanda es habitual que gran parte de la consagración los fieles permanezcan sentados con gran recogimiento. porque es el signo equivalente. En Estados Unidos los fieles se arrodillan después del «Sanctus», pero permanecen en la misma posición hasta concluido el solemne «Amén» de la oración eucarística.

Celebración eucarística de comunidades neocatecumenales en Tierra Santa de rito oriental

Para terminar el entonces Cardenal Ratzinger desarrolla un poco más esta arraigada postura y su significado en su libro 'El Espíritu de la Liturgia' indicando que 'entre los cristianos el estar de pie era, sobretodo, la forma pascual de orar. Es el tiempo de la victoria de Jesucristo, el tiempo de la alegría, en que manifestamos la victoria pascual del Señor también mediante la postura de nuestra oración (...) Jesús está de pie en la presencia del Padre, está en pie porque ha vencido la muerte y el poder del mal (...) Este estar en pie es también expresión de disponibilidad'.

Respecto al Camino Neocatecumenal, siguiendo lo expuesto en la tradición milenaria y viva de la Iglesia, la forma de estar durante la consagración es permanecer de pie, según se sigue haciendo en la mayoría de ritos eucarísticos católicos aprobados por la Santa Sede, como hemos podido ver a lo largo del recorrido histórico: los orientales y el hispánico-mozárabe, propio de España, así como los de la liturgia ortodoxa. Este permiso es inequívoco y manifiesto, según se ha podido corroborar con el paso de los años, por lo que en ningún caso esta manera de vivir la consagración contradice lo expuesto por la Iglesia, ni es una forma de protestantizar la liturgia devaluando el momento fundamental de la transubstanciación. Tampoco se puede deducir en ningún modo una falta de respeto o consideración hacia la presencia real de la Eucaristía, pues viviendo este momento con profunda devoción y actitud de recogimiento se le da igual signo de adoración y gloria, tal como hemos expuesto.

Ciertamente en el Rito Romano el arrodillarse, según hemos visto en la historia y evolución del Rito, supone para los fieles una ayuda para la comprensión de lo que en ese momento está sucediendo sobre el altar, pero la catequesis y la iniciación a la fe en la presencia real son verdaderamente útiles y eficientes también para introducir a los hermanos del Camino de manera adecuada en los sagrados misterios. El permanecer de pie ni es síntoma de falta de fe en la presencia real ni conduce a ello, sino todo lo contrario: Los hermanos van tomando conciencia de que precisamente con la comunión real del Cuerpo y Sangre de Cristo se da en ellos, y no solamente en las especies eucarísticas, la Pascua de nuestro Señor Jesucristo, que les hace pasar de la esclavitud a la libertad, y de la muerte a la vida. 



















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